04 noviembre, 2014

DE CERO A 100





DE CERO A 100


Sobre Mí:


Inicialmente pensé en escribir un relato sobre algunas experiencias recientes.  Quise escribir algo breve, pero al pensar donde iniciar, me di cuenta que la historia atada a mis experiencias recientes no inicia en el pasado reciente.  Entonces empezaré por contar desde el principio.  Empezaré compartiendo eventos no recientes y consecuentemente esto que escribo será largo.  Decidí que tengo que empezar desde el origen.

Nací y crecí en Ciudad Juárez, México -la ciudad a la cual el cantante Juan Gabriel le llama la frontera más bonita del mundo.  Para mí si lo es.  Juárez es también “tierra de mujeres fuertes y hombres bien parecidos”.  También creo que eso es cierto.  --es broma--  

En Cd. Juárez comienza la historia que estoy a punto de compartir.  Gracias por tu interés en leer esto que incluirá detalles algo íntimos.

Aclaro algo: odio las redes sociales.  Lo menciono porque creo que ese medio va en contra de algunos de mis principios.  Allí abunda gente (no todos) que vive de auto-promoverse:  “ve este logro mío”,  “ve que comí hoy, donde me divertí, y con quien me codeo”.  Eso no va conmigo.  Hasta hace muy poco tiempo decidí abrir una pagina de Facebook.  Lo hice con mucha batalla.  Pues había durado muchos años evitando caer en el juego de las masas.  Si bien fallo y en ocasiones se me puede acusar de auto-promoción, es un hecho que trato de evitar hacerlo.  Por ese enfado hacia la auto-promoción he decidido escribir este relato de forma anónima y usando un alias: Ramón Chingón.  No me llamo Ramón, ni soy chingón.  Esa es la verdad.  El propósito de compartir lo siguiente no es para auto promoverme sino para compartir y divertir.

Pensé en escribir mis vivencias y quedármelas solo para mí tal como se hace con un diario pero a fin de cuentas he decidido compartir esto con personas selectas, espero que yo –una persona ordinaria quien últimamente ha vivido experiencias extraordinarias- te inspire para que insistas en tus propios sueños. 

¿QUIEN ES RAMÓN CHINGÓN?

Los Raramuris (popularmente llamados Tarahumaras), son gente nativa de la Sierra Madre Occidental del estado de Chihuahua en el noroeste de México.  Los Raramuris son conocidos mundialmente por su riqueza cultural y por la gran resistencia física con la que cuentan muchos de ellos.  Muchos Raramuris son capaces de recorrer a pie distancias increíblemente largas.  Micah True, un estadounidense a quien se le conocía mejor por su apodo de Caballo Blanco, vivió en territorio Raramuri hasta su fallecimiento en el año 2012.  Caballo Blanco tuvo cercanía por primera vez con la cultura Raramuri cuando hace décadas unos corredores de esa etnia participaron en una carrera pedestre de de 160 kilómetros en montaña en el estado de Colorado, Estados Unidos, donde Caballo Blanco vivía.  Cuando Caballo Blanco decidió vivir varios meses de cada año cerca de la cultura Raramuri en la Sierra Tarahumara, se le ocurrió organizar un ultra-maratón.  Para motivar a los Raramuris, Caballo Blanco fabricó algo.  él relató a los corredores Raramuri que a Chihuahua iría su amigo, un indio Apache llamado Ramón Chingón, y que tal personaje había declarado que llegaría a arrasar con la competencia.  La historia de Ramón Chingón era falsa.  Caballo Blanco usaba ese guión para que los Raramuris creyeran en la idea de que habría competencia fuerte.  Ramón Chingón era un invento de Caballo Blanco.


ADMIRACIÓN POR LA CULTURA RARAMURI

¿Sabes que hace un Tarahumara cuando va en un recorrido a pie y siente cansancio? 

Entre nosotros los chihuahuenses abunda el orgullo y admiración hacia la cultura Raramuri.  Tal es nuestra admiración hacia ellos que hasta años recientes las placas vehiculares del estado mostraban la silueta de un corredor Raramuri.  Esa es solo una de muchas muestras del afecto inmenso hacia esa cultura.  Tristemente también existen en algunos chihuahuenses y otros mexicanos sentimientos de desprecio hacia culturas nativas.  Es una desafortunada verdad y también se tiene que declarar.

Si se pudiera decir que todos los humanos en el planeta somos familiares lejanos –pues  pertenecemos a una misma especie- los Raramuris y de más etnias en México pueden entonces ser para nosotros los mexicanos parientes cercanos ya que en México se estima que casi 90% somos mestizos.  Los mestizos somos una mezcla de sangre nativa (incorrectamente también denominada “india”).  Es por eso que desde niño he sentido cariño por los Raramuris.  ¡Después de todo son mis hermanos!

Yo fui expuesto de forma indirecta a la cultura Raramuri desde niño.  Tres de mis cuatro abuelos nacieron en Parral, Chihuahua.  No hay otra ciudad con un numero de habitantes comparable a Parral que se encuentre igual de cerca geográficamente a la región del estado donde habitan los Raramuris (Sierra Tarahumara).  Debido a esa cercanía geográfica, en Parral existe una interacción natural –quizá no a gran escala- entre nosotros los mestizos y los Raramuris.  En Cd. Juárez no es así, pues la ciudad se encuentra mucho más lejos de territorio Raramuri.  Por medio de mis lasos familiares con Parral fue que yo fui expuesto a la cultura Raramuri.  Mi papá, quien nació y creció en Parral, me ha platicado ampliamente sobre los Raramuris desde que yo era niño.  De adulto me doy cuenta que algunas cosas –quizá muchas- que mi papá me relataba eran en algunos casos realzadas en lo mínimo o en otros casos completamente fabricadas.  Yo saboreaba cada detalle que tuviera que ver con esa cultura.  Él sabía que a mí me sobraba interés en escuchar sobre Raramuris y quizá por falta de material es que él decidía inventarse uno que otro relato.  No importa, yo de igual forma he disfrutado lo real y lo inventado. 

Parecía que mi papá siempre decidía invariablemente contarme sobre la cultura Raramuri en momentos inesperados y ocacionalmente hasta inoportunos.  Por ejemplo, podría yo estar ayudándole a arreglar su motocicleta y deteniendo algo cuando él, mientras su mirada estaba enfocada en su tarea de la nada me preguntaba "¿Sabes que hace un Tarahumara cuando va en un recorrido a pie y siente cansancio?".  "No".   "Busca una piedra pesada cerca de la vereda, camina unos pasos cargándola.  Despues la arroja y continua su paso sintiéndose así más ligero". Descripciones de ese tipo que mi papá me relataba resultaron que con el tiempo yo quedara verdaderamente impresionado con la cultura Tarahumara de tal forma que en mi mente en desarrollo, los Tarahumaras se convirtierón en algo más que personas míticas.  En mi infancia, mis viajes a Parral fueron muy pocos y a la Sierra Tarahumara no existió ninguno.  Nunca tuve un trato directo con ningún Raramuri.  Inclusive de niño no recuerdo haber visto uno en persona.  Debido a la falta de experiencia propia, mi percepción inicial de la cultura Raramuri fue exclusivamente basada en historias que mi papá y otras personas contaban sobre ellos.  Mi admiración por la cultura Raramuri fue formada por esas descripciones que mayormente eran increíblemente asombrantes.

Cuando yo tenia aproximadamente cinco años escuche sobre mi tío Luis Octavio, el primo hermano de mi mamá quien en ese tiempo se mudaría a la Sierra Tarahumara.  A esa edad ya tenia yo lo que algunos pueden calificar como obsesión con todo lo que tuviera que ver con Raramuris.  Yo sin conocer al tío Luis Octavio exclamé a primera instancia que yo quería irme a vivir con él.  No me lo tomaron en serio, claro.  Pero yo recuerdo claramente que eso quería yo.  Iba en serio.  Yo estaba decidido a esa edad en dejar a mis papas y hermanos para realizar mi sueño de vivir en la Sierra Tarahumara donde me contaban que abundaban pinos, ríos, y pericos silvestres.  Mi imagen de la Sierra Tarahumara era radicalmente diferente a Cd. Juárez, una ciudad desértica y la cual a mi me parecía poco interesante.  Recuerdo claramente la reacción de mi papá.  Sin dar la mínima importancia a lo que yo creía que era mi expresión clara de mi deseo, él preguntó “¿Sabes que allá hay mucha pobreza?”.  Agregó, “Para limpiarte tienes que usar hojas de árboles en lugar de papel higiénico”.  “No me importa.  Yo quiero vivir allá”.  Mi papá había contribuido a que yo tuviera una imagen de la Sierra Tarahumara como un lugar mágico con habitantes igualmente mágicos.  Hasta el día de hoy no he podido borrar esa imagen.  Quizá me he rehusado a cambiar mi percepción.  ¿ó será que los Raramuris y su territorio en realidad son tan mágicos como la imagen que yo formé de niño? 

AMOR POR LAS MONTAñAS
Y POR RECORRER DISTANCIAS LARGAS

¿Quién puede negar que las montañas tienen ese “no sé que” que nos impresionan, exigen nuestro respeto, representan belleza, y nos invitan a subir a sus cimas? La Biblia menciona muchos montes que tienen gran significado espiritual.  Culturas en todo el mundo han decretado como sagradas muchas montañas.  El amor hacia las montañas no es una novedad en la historia de la humanidad.  Sus grandes tamaños, vistas atractivas, y sus formas imponentes que invariablemente dominan el horizonte naturalmente nos cautivan.  Esas para mí son las características que como imán me atraen hacia ellas.  Muchas personas acudimos hacia las montañas para recreación.  La respuesta más fácil a la pregunta de “¿porque subes la montaña?” es: simplemente porque allí está.  Sinceramente se puede reducir a eso tan básico.

Igualmente me cautiva el hecho de que sea en avión, auto, bicicleta, o a pie alguien pueda recorrer distancias largas.  A lo largo de mi vida siempre han habido historias en la televisión sobre personas que recorren todo un país o un continente.  Las que lo hacen a pie es lo que más me ha sorprendido.  A todos nos sorprenden, claro, pero a mí me ha acompañado el gran deseo de algún día yo mismo hacer un recorrido ultra largo.  Desde niño, cada vez que he escuchado una historia de alguien que recorrió una gran distancia, me ha despertado una inquietud y no me deja en paz.  Pues sueño con algún día, ya sea en bicicleta o a pie recorrer una distancia enorme, por ejemplo México de norte a sur.  Es fácil dejarlo en eso –en un sueño-, pues los deberes familiares y laborales vienen primero.  Esa es la excusa que yo me doy.  Quizá las verdaderas razones que me detienen son las mismas que a la mayoría nos aquejan:  el miedo a los grandes logros y a hacer algo que pocos hacen –lograr sueños. 

Mi primera experiencia memorable ascendiendo una montaña fue cuando tenia aproximadamente ocho años.  Un compañero de trabajo de mi papá nos invitó a un rancho de su familia cerca de Palomas, Chihuahua.  Enseguida del rancho había una montaña.  Junto con otros niños la subí.  Los sentimientos que se unen a la actividad los recuerdo bien: el esfuerzo físico que se requiere subir la cuesta y las pequeñeces que se encuentra uno en el recorrido (en esa ocasión vi una víbora colorida y después la cabeza de un coyote).  Llegar a la cima de cualquier loma o montaña y ver los alrededores de un ángulo superior es siempre algo especial.  Para un niño de ciudad grande eso fue todo lo que se tomó para encontrar amor en las montañas.  De los amores con las montañas ese fue el primero.

En edad de preescolar probé lo que es recorrer distancias largas.  En algunas tardes caminaba con mi mamá y hermanos aproximadamente 5 kilómetros para visitar a mi abuelita.  Si bien esas caminatas no las hacíamos con frecuencia, cada ocasión significo para mi un logro ya que a esa edad el recorrido significaba una distancia larga par mi.  También durante esos años, mis papas encontraron una manera de contribuir con ingresos adicionales a sus respectivos trabajos.  En la vecina ciudad de El Paso, Texas mi familia y yo recorríamos vecindarios entregando publicidad de puerta en puerta.  Cada sábado, mi familia hacia esos recorridos a pie durante el trabajo al que llamábamos “repartición” de propaganda publicitaria.  Siendo que yo era el más chico de los tres hermanos, yo no acudía a todos los eventos sabatinos.  Yo era excluido especialmente los sábados durante los cuales había recorridos demasiado grandes.  Pero recorridos grandes ó no, a esa corta edad las distancias a pie me dejaban bastante cansado.  Recuerdo haber aborrecido esas caminatas.  Aun así que se trataba de hacer labor poco gratificante, ahora me doy cuenta que ese trabajo duro que requería horas a pie contribuyó a la forma en la que hoy yo veo el recorrer distancias relativamente largas.  Ese cansancio que resulta cuando uno se transporta a pie de un lugar a otro lejano ya desde entonces se estaba convirtiendo en algo familiar y en algo que reaparecería reiteradamente a lo largo de mi vida.

Las caminatas largas de aquellos sábados trabajando de niño con mi familia me beneficiaron con una resistencia mayor a mis contemporáneos.  Recuerdo una anécdota cuando un vecino mayor que yo, alguien quizá ya en adolescencia o preadolescencia, al parecer se percató de que yo resistía las distancias largas.  él retó a los niños de mi edad que vivían en la misma calle a una carrera contra mí.  Esa anécdota sucedió hace muchos años, pero fue tan especial para mí que alguien creyera en mi habilidad de correr, que desde entonces guardo la grata memoria.  Ahora veo al pasado y reconozco las situaciones que formaron gustos y características actuales.

Después en edad de primaria continué recorriendo distancias largas. Si bien no sucedía a diario, el recorrer distancias largas a pie no era inusual para mí.  En ocasiones, mi hermano, mi hermana y yo caminábamos de la escuela a casa.  Quizá eran solo tres kilómetros.  No tengo idea de la distancia entre mi escuela y mi casa.  De cualquier forma, la distancia era relativamente larga para un niño de esa edad.  Me gustaba hacer el recorrido.  Disfrutaba de la independencia que me habían otorgado al permitirme caminar a casa acompañado de mis hermanos mayores sin supervisión de algún adulto.  En el trayecto siempre encontrábamos algo simple pero interesante como un árbol de mesquite con su fruto colgando ó un llavero que alguien a pie o en auto había extraviado o arrojado.  Esas pequeñeces hacían del recorrido largo una caminata interesante.  Eso no ha cambiado, de adulto en cada recorrido a marcha o corriendo hay pequeñeces que hacen de cada evento un trayecto especial.

REENCUENTRO CON EL PRIMER AMOR.
EL RETORNO A LAS MONTAñAS.


A mis 21 años, John, un compañero de trabajo, me introdujo al senderismo.  Tristemente hasta ese entonces había yo vivido una vida bastante urbana.   Había jugado básquetbol durante todos los años de preparatoria.  Después de preparatoria también entrené por un año en un gimnasio de boxeo.  Había llevado hasta ese entonces una vida relativamente  activa físicamente pero nunca rodeado por la naturaleza.  Me enamoré entonces de la actividad de recorrer senderos en montañas de la ciudad.  Disfrutaba el esfuerzo y la sensación de haberme alejado del bullicio de la ciudad por hora y hora y media al recorrer montañas después de un día laboral.  Sentía que había viajado, aun así que las montañas estaban dentro de la ciudad.  El senderismo se convirtió en mi pasatiempo preferido.  Solo unos meses después de haber sido introducido al senderismo, John me invitó a un viaje al Gran Cañón de Arizona.  Ese año, cuatro adultos visitamos el área de Havasupai de el Gran Cañón en una expedición que requería que acarreáramos equipo para acampar por un recorrido de 16 kilómetros.  Se dice que Supai, el pueblo dentro de la región autónoma de los aborígenes de la tribu Havasupai, es el único lugar en Estados Unidos donde el correo todavía llega en mulas.  Es tan remoto que toda despensa llega únicamente por helicóptero o mulas.  Allí no entran autos.  No hay carretera que llegue hasta esa área del cañón conocida por sus cascadas color azul-verde debido a su agua rica en cal.


El Pico Humphrey en Flagstaff, Arizona es el punto más alto en ese estado.  Tambien es el unico punto con ambiente tundra donde es tan frío que no se presta para vida vegetal. Desde alli se observa el Gran Cañon.

A partir del año 2006, unos amigos y yo viajábamos al Gran Cañón de Arizona anualmente y hacíamos recorridos largos.  El Gran Cañón es por motivo valido una de las maravillas naturales del mundo y mucha gente termina por enamorarse de su belleza.  A nosotros así nos sucedió.  El esfuerzo físico que requiere bajar al Cañón a pie es inmenso.  Cada recorrido al Gran Cañón se ve acompañado por calor, peso de mochilas de expedición, dormir poco, ampollas en los pies, y un cansancio acumulado.  Aun así nuestros viajes anuales continuaron y cada visita resulto en grandes experiencias.  Esos viajes han dejado el tipo de anécdotas dignas de ser contadas a los nietos.  Como la vez que decidimos partir del campamento en el fondo del cañón hacia la cima a medio día durante un mes de mayo cuando las temperaturas rondan en 42 grados centígrados.  Íbamos cuatro o cinco compañeros y a todos se nos agotó el agua.  La deshidratación llegó a tal nivel que estábamos bastante malhumorados.  Si acaso el recorrido se hubiera extendido un par de horas más o unos cuantos kilómetros adicionales, es seguro que uno o más de nosotros hubiéramos colapsado.  Los retos del Cañón son tan grandes como su tamaño y cada experiencia allí ha representado una memoria agradable -un gran logro.

Hubieron también algunos años en mi vida con poca actividad física.  Algunas de esas etapas de vida sedentaria duraron hasta un par de años cada una.  Recuerdo bien el año 2007 cuando regresé a tener algo de actividad.  Después de una separación en mi relación, mis hijos alternaban semanas con migo.  Sentí el deber de estar sano por ellos.  Una vez más acudí a lo que para mí era el camino lógico: las montañas.  Mi resistencia física era casi nula.  Aun después de semanas y hasta meses de haber reemprendido el senderismo, me costaba mucho esfuerzo subir las montañas.  Era frustrante.  Mi sobrepeso continuaba.  A mis 30 años me daba cuenta que esta vez se tomaría mucho más esfuerzo y tiempo para recuperar resistencia perdida.  Las 2 o tres veces que acudía a la montaña por semana no lograban contrarrestar las tantas horas que pasaba en el trabajo sentado al frente de una computadora y las tantas otras que pasaba en casa también con poca actividad física.  Esos pocos días por semanas continuaron por años siendo las únicas ocasiones que yo ejercitaba mi cuerpo y no era suficiente.  Lo sabia pero el deber laboral y familiar prevalecía. 

Me había convertido yo en un clásico ejemplo de un hombre en edad media.  O quizá peor.  Mi peso en algunas etapas era excesivo y en otras más que eso.  Cuando mi actividad física fue muy baja, pesé hasta 94 kilogramos. 


ULTRAMARATON CABALLO BLANCO 2013

En el año 2012 escuché sobre el Ultramaratón Caballo Blanco que se lleva a cabo anualmente en Urique, Chihuahua.  Aun así que mi sobrepeso había alcanzado el punto máximo en mi vida (94 Kg.) y que pasaba por una etapa casi completamente carente de actividad física, me llamaba la atención ese ultramaratón de 80 kilómetros con bastante desnivel y por si fuera poco, un calor agobiante en el fondo desértico de una barranca en la Sierra Tarahumara.

Ese evento reflejaba todo lo que tenia que ver conmigo: Raramuris, veredas, desierto, y un reto físico increíblemente difícil.  La siguiente edición se llevaría acabo el 3 de marzo, 2013.

A finales de octubre del año 2012 le envié un correo electrónico a mi pareja.  Era un manifiesto.  El titulo del correo decía “¿por que?” y el primer párrafo continuaba con la misma palabra:

“¿Por qué desde niño he sido atraído a –todo- lo que tenga que ver con Tarahumaras?  Hace apenas un momento tuve una visión.  Algo profundo.  Espero que creas que NO estoy loco aun así que actúo como tal, ¿estas de acuerdo?”

Continué con lo que resulto en un correo bastante largo.  Mis pensamientos y sentimientos se derramaban más rápido de lo que podía yo materializar con el teclado:

“Estuve leyendo y sabes... TENGO que correr 80 kilómetros en el Cañón del Cobre.  Lo hacen anualmente y el siguiente es en marzo.  No importa que tanto pueda yo escribir en este correo, nunca podré expresar lo que esto representa para mí. 

¿Por qué regreso al Gran Cañón año tras año?  Claro que a mucha gente le gusta... encanta.  Pero cuando ato eso con otras cosas relacionadas a los Tarahumaras como es el Gran Cañón, ¿significa que durante mi vida  siempre habrá señales que apuntan hacia ellos?

Pareciera que durante toda mi vida apunta mi brújula hacia ellos.  Cada historia sobre ellos voltea mi mirada hacia allá una y otra vez.  No recuerdo si fue en la radio o si fue mi mamá quien dijo que ha habido colecta de cobijas, comida, etc., para ellos.  Una sequía los ha dejado en mal estado.  La colecta en si no tiene significado, lo que estoy tratando de explicar es que hay TANTAS cosas que me hacen añorar estar allá aun así que no conozco la Sierra Tarahumara!

¿Por qué disfruto al esforzarme físicamente como lo hago en el Gran Cañon?  Estoy seguro haber compartido que para mí,  empujar mi cuerpo al limite es tan... gratificante.

¿Por qué siempre he disfrutado correr?  Claro que a mucha gente le gusta esa actividad, pero madres - ¡lo junto todo y hay tantas cosas que me jalan hacia allá!

Entiendo si no encuentras sentido a ninguna parte de este correo o si parece que me he vuelto loco J.  Lo que pasa es que tuve que sacar lo que cargo dentro.  Acepto que me deje llevar por unas cosas que llegaron en un solo momento y que causaron estos sentimientos que acabo de compartir.  Aquí termino de escribir.  No estoy seguro que cualquier palabra adicional te pueda dar una mejor idea de lo que siento.”

Envié el correo y me sentí mejor.  El hecho de haber sacado de mi pecho sentimientos intensos causó un gran alivio.  Pues había hecho mi mejor intento de expresar todos los sentimientos que me habían abrumado repentinamente y que simplemente yo tenia que compartir y liberar de inmediato. 

34 minutos después recibí respuesta de ella.  Tenia yo el avalo, pero sobre todo un apoyo a mis aventuras que ha perdurado por años:

“Wow.  Suena bastante profundo.  Para nada creo que suena loco.  Así te sientes porque eso tiene significado para ti.  Aunque yo no pueda ‘sentir’ lo tuyo, no hay algo más que me brindara felicidad que ver que tu tengas algo que te llega a lo profundo.  Es casi cómico cuando muchas cosas se juntan en la mente y quizá es también refrescante para ti sentir que hay algo de lo cual tu puedes formar parte”.

Decidí entonces hacer lo que yo creía era una preparación para el reto del ultramaratón venidero.  Hasta ese momento había yo caminado cientos de kilómetros en veredas a lo largo de mi vida, pero el acto de correr era prácticamente nuevo para mí.  Lo único en mi historial en cuanto a correr era solo una que otra trotada en clase de educación física durante mis años de primaria y preparatoria y ya.  A mis 35 años estaba yo no solo emprendiendo un nuevo deporte, pero había decidido servirme “con cuchara grande”, pues un recorrido de 80 kilómetros es un gran reto aun así para personas que tienen años de experiencia corriendo eventos cortos (5, 21 kms., etc) o inclusive maratones (42 kms.).  Más allá que la carrera seria un gran reto debido a su gran distancia, el evento se llevaría acabo en terreno con gran desnivel, subiendo y bajando barrancas en el Cañón de Urique en un clima caluroso que se prestaba más al desastre y menos al éxito.

Para prepararme, escogí una montaña en mi ciudad para ir unas cuantas veces y recorrerla de punta a punta para un total de 25 kilómetros cada día.  Era increíblemente difícil para mi hacer esos primeros recorridos.  Cargaba yo aproximadamente 2 litros de agua y poco de comer y cada vez terminaba cansado, con sed, dolor, hambre y sintiéndome derrotado y de mal humor.  Obviamente mi cuerpo no tenía resistencia para recorrer esa distancia como tampoco tenia yo conocimiento de cómo hidratarme y alimentarme o de cómo incrementar las distancias de entrenamiento gradualmente.  Inclusive era tan grande mi ignorancia que creía no tener la necesidad de siquiera buscar material y aprender.  Pensaba que lo que hacia era simple: tenia que beber cuando tenia sed, comer cuando tenia hambre, y ejercitar mi cuerpo cada vez más sin importar que tan incomodo o adolorido fuera el esfuerzo.

A finales del año 2012 mi mamá estaba convaleciente.  Padecía de una enfermedad terminal y decaía extremadamente rápido mientras yo me aferraba a una cura que si bien sabia no llegaría, sentía un confort en mi negación a la realidad.  La salud de mi mamá estaba tan precaria que ya se había mudado a mi casa unos meses antes.  Pues requería de ayuda.  Durante esos meses yo había decidido no creer en que mi mamá partiría pronto y planeaba mi vida como si todo siguiese normal por siempre. 

Al igual que muchos chihuahuenses, mi mamá siempre tuvo en su corazón un lugar especial para los hermanos Tarahumaras.  Ni mis hermanos ni yo habíamos jamás viajado a la Sierra Tarahumara, pero mi mamá había ido a Guachochi, Chihuahua de donde regresó con una sonrisa relatando historias relacionadas con Tarahumaras. 

Durante uno de los pocos momentos cuando mi mamá no tenía tanto dolor le comenté, “He planeado ir a una carrera en la Sierra”.  Preguntó que cuando y le respondí que en marzo.  Respondió, “En ese mes todavía hace mucho frío”. “No, ya me informé.  Será en un pueblo que se llama Urique.  Allí todo el año hace calor. Es la Baja Tarahumara”.  No recuerdo si respondió poco o nada, pues estaba ya tan decaída que ninguna mención de los hermanos Tarahumaras ó alguna otra cosa que para ella fue grata era suficientemente importante para levantar su animo.

El 10 de enero, 2013, mi mamá perdió su batalla con su enfermedad y si yo dijera que mi vida cambió, sería por mucho una subestimación.  He entendido lo que mi mamá me compartió de niño décadas atrás cuando a su vez ella perdió a mi abuelita, su mamá: “uno de adulto no comprende cuanto necesita de su mamá hasta que parte”. 

Ese mismo mes llamé a mi tía Flor y le dije que había cambiado de parecer.  Que ya no iría a los 80 kilómetros de Urique, pues con la perdida de mi mamá había dejado de entrenar.  Ella rápido me convenció que yo debería seguir con mi plan.  Y no es que se haya tomado mucho convencimiento.  En mi ceguera, yo en el fondo creía en mí a pesar de mi pobre preparación (casi nula).

El 2013 marcaba la primera vez que Micah True (alias Caballo Blanco) no coordinaba la carrera en Urique.  Tristemente Caballo Blanco había fallecido poco tiempo después de la edición anterior de la carrera. 


Parte de las cenizas de Micah True descansan en el Rancho Los Alizos cerca de Urique, Chihuahua.

Mi prima Angélica me acompañó en mi viaje a Urique.  Mi tía Flor me prestó su auto, pues el mío hubiera requerido de permiso especial para ser internado más allá de la frontera.  Inicie el recorrido sintiendo de gran forma el respaldo de mi tía y cada vez que se presta la ocasión, yo se lo recuerdo.  Por primera vez conocería yo a la Sierra Tarahumara y a mi único familiar que vive allá: mi tío Luis Octavio con quien yo de chico había estado empeñado a mudarme sin aun conocerlo.  Todo apuntaba al hecho de que se aproximaba una aventura épica.  Se percibía también el peligro que representa la Sierra.  La violencia causada en esa región por el narcotráfico ha inundado ya por décadas los medios noticieros.  Mis familiares en todo el estado repetían las mismas frases: me gusta viajar a la Sierra pero me da miedo ir.  Y el mismo consejo se escuchó en numerosas ocasiones: no vayas a manejar allá de noche.  Por calcular mal el recorrido entre una ciudad y otra, cuando menos lo pensé ya estábamos haciendo lo indebido.  Ya dentro de zona boscosa, aproximadamente media hora antes de llegar a San Juanito, Chihuahua, nos cayó la noche.  En solo unos cuantos minutos cambio todo el panorama: conducíamos en autopista en lo obscuro, el terreno era tan lejano a cualquier poblado que no alcanzaba allí ninguna señal de estación de radio.  En cuestión de minutos habíamos entrado a una zona remota en una carretera angosta que ascendía a zona boscosa.  No había algún otro carro transitando la autopista en ese momento.  Ni siquiera la luna alumbraba esa noche.  Lo único que podíamos ver eran las luces del tablero del auto y los cuantos metros que las luces de frente mostraban en la carretera.  Todo lo demás era oscuridad.  Un sentimiento sombrío se sobrepuso en ambos.  No se requería que cada uno le expresara al otro el nerviosismo de cada cual.  Era algo que se percibía claramente.  Entramos a la oscuridad en un silencio total y cada minuto nos internábamos más a una área desconocida para los dos.  Al dar vuelta en una curva, una luz pequeña que se movía en el aire cerca de la carretera llamó mi atención de forma inmediata.  Al disminuir la velocidad me percate que era un hombre con una linterna en la mano.  Era claro que me pedía que parara el auto.  Tuve que hacer una decisión al instante.  Presione el acelerador haciendo caso omiso al llamado del hombre.  Durante los próximos 15 minutos vivimos otros dos incidentes inusuales en el recorrido: primero un hombre estaba parado justo al lado derecho del único carril que existía en nuestra dirección.  él estaba a menos de un metro entre la carretera y una loma adyacente.  Después un camión casi impedía nuestro paso al hacer su recorrido a una velocidad extremadamente lenta.  Los tres incidentes aumentaron nuestro nerviosismo.  Es imposible describir un viaje a la Sierra Tarahumara de forma detallada y omitir el hecho que la presencia del narcotráfico se respira en el aire en todo momento en esa zona del estado de Chihuahua.  Ese ambiente de inseguridad se hizo presente en todo momento durante nuestra estancia en la Sierra.  Si bien no siempre fue de forma obvia, claramente nos acompaño ese sentimiento de forma permanente durante los cuatro días que pasamos en esa región.

Al llegar a la ciudad de Creel nos hospedamos en un hotel.  Al día siguiente llamé al tío Luis Octavio quien al saber que habíamos conducido en la Sierra de noche reiteró el gran error.  “En la Sierra no manejamos de noche”.  El incidente en la autopista con el hombre que nos pidió que paráramos era obviamente parte de un reten falso de los que se dice abundan en la Sierra.  Mi tío relato como unos meses antes, su vecino conducía sobre la misma carretera una noche con su esposa e hija pequeña después de una fiesta cuando también alguien les pido que se pararan.  El conductor hizo caso omiso y le dispararon.  Tristemente una bala penetró su puerta causando su muerte.  La bienvenida a la Sierra en efecto había sido con una fuerte llamada de atención.  La delincuencia armada prevalece en la Sierra y uno debe de tomar eso seriamente.

Esa mañana compartimos el desayuno con nuestro tío.  Interactuar con él era tan natural a pesar de que era la primera vez que lo conocía en persona.  Platicamos sobre la familia y después invariablemente invadí nuestra conversación con un bombardeo de preguntas sobre los Raramuris.  Mi tío ha vivido por más de 30 años en la Sierra.  Ha vivido tan cerca de los Raramuris que aprendió los dos idiomas nativos: el de la sierra alta y el de la baja.  Entre más información él me proporcionaba sobre la cultura Tarahumara, más preguntas yo tenía.  “¿Hay dos idiomas en la región? ¿Y son parecidos?”.  “Como el castellano lo es al Portugués”.  Continué con lo que seguro habría parecido una entrevista: “¿Es cierto que consumen mucho maíz?  ¿Usted conoce al corredor Tarahumara Arnulfo Quimaré?”  “No a él, pero conozco el apellido.  Es ‘Quimari’, no ‘Quimare’ “.  Era mi primer día en la Sierra y ya estaba yo inundado por una gran sensación de alegría.  Estaba yo conviviendo con mi tío a quien yo había querido conocer desde hace décadas, había un sin numero de Tarahumaras en el área transitando las calles con sus vestimentas coloridas.  La realización de uno de mis sueños estaba en su plenitud aun cuando apenas empezaba mi estancia. 

Ese primer día en la Sierra mi tío aguantó mi abatida de mil preguntas.  Él amablemente contestó a todo lo que yo preguntaba sobre la región y la gente de allí a pesar de que estoy seguro que él llego a pensar que la sesión de preguntas nunca terminaría.  Conocimos también a su esposa, mi tía Gloria.  Igualmente amable, mi tía ha habitado la región de la Sierra Tarahumara también desde hace muchos años.  Los dos se conocieron en la Sierra de jóvenes.  Los tíos no pudieron acompañarnos a Urique pero sin duda sentimos el gran apoyo de ambos en todo momento.  Nos arroparon de gran forma durante toda nuestra estancia en la región.


Con mi tío Luis Octavio en Creel.  Rumbo a Ultra Maratón Caballo Blanco 2013.

El recorrido de Creel a Urique es relativamente corto.  Si bien se toma únicamente tres horas y media para hacer llegar de un punto a otro, los dos lugares son bastante diferentes.  Creel esta rodeado de pinos y debido a su altura sobre el nivel del mar el clima es fresco.  El número de habitantes en Creel es aproximadamente cuatro veces más al de Urique.  El clima de Urique es muy cálido.   En Urique, las paredes del cañón que rodean al pueblo por completo crean un sentimiento único.  A todo momento uno siente la energía tan imponente de la montaña.


En el fondo del Cañon de Urique se encuentra el pueblo de Urique al lado del río Urique.

En casa yo había impreso una fotografía del gran corredor Tarahumara Arnulfo Quimare con el propósito de pedirle que me la autografiara.  Aunque yo no tenía la certeza de que él acudiría a esa carrera.  Para mi sorpresa, al segundo día mientras caminaba yo sobre la calle principal de Urique -un pueblo tan pequeño que se dice es habitado solo por unas mil personas-, me percaté  de que estaba Arnulfo parado en la cera a solo unos metros de mí.  No cargaba yo en ese momento con la foto para que él me la autografiara.  Motivado yo solo por un impulso inmediato, tal como lo haría una jovencita con su cantante ídolo y  sin pensar mucho, me arrojé hacia Arnulfo y pregunté (de seguro fue de forma brusca a causa de mi entusiasmo) “¿me puedo tomar una foto contigo?”.  Los Raramuris se conocen por ser sumamente tímidos y dóciles.  Nunca espere entonces la respuesta que él me dio que en cualquier idioma equivale a un rotundo “no”.  Respondió, “después... vengo llegando”.  Que bofetada.  Mi corredor ídolo, parte de una cultura amable y dócil me había golpeadazo con guante blanco. . . o quizá sin guante.  ¡De cualquier manera el desaire me dejó sorprendido y desilusionado! 

Cada día llegaban a Urique corredores de otros estados de la republica mexicana y algunos otros de Estados Unidos y Europa.  Recuerdo haber conversado con corredores de Turquía, Alemania, y de la India.  Sin duda el ambiente era único.  Se respiraba fiesta con sabor internacional.  

Arnulfo Quimare platica con doña Tita.  Urique 2013

Corredores Raramuris descienden a Urique.  Caballo Blanco 2013.

Caballo Blanco tenia la peculiaridad de “bautizar” con apodos a los corredores.  Siguiendo a tradiciones Tarahumaras, cada cual tenia un nombre de animal.  Debido al gran numero de participantes, me imagino que casi todos los animales estaban tomados.  Debido al “agotamiento de existencia” en cuanto a apodos y al hecho de que Caballo Blanco ya no vivía, decidí antes de partir de mi casa que lo propio sería que yo me llamaría “Ramón Chingón”.  “Perfecto”, pensé.  Pues así no corro con peligro de quedar mal.  Pues con el nombre de algún animal corría el riesgo de tomar un nombre que alguien más quizá ya tenia.  Aparte Ramón Chingón era una incógnita, ¡pues no existía!  Así yo sin currículum de correr no arriesgaba no estar a la altura de Ramón Chingón, pues igual que yo –él tampoco tenia historial de correr al ser un invento de Caballo Blanco!  Imprimí la frase “Yo Soy Ramón Chingón” en la parte delantera así como la trasera de una playera y con ella vestí en Urique.  El detalle causó la gracia de algunos corredores internacionales que pidieron tomarse fotos conmigo.  Para mi sorpresa, Maria “Mariposa”, la que fue novia de Caballo Blanco y quien tomó las riendas del evento después del fallecimiento de él, de cierta forma avaló mi apodo de modo que hasta la fecha me llama Ramón, siendo que ella sabe mi nombre verdadero.  El chiste llegó para quedarse y así nació Ramón Chingón.

Con Maria "Mariposa" en Urique.  Ultra Maratón Caballo Blanco 2013. 

En pocos días se formaron amistades que han perdurado por años.  Conocimos a Rubén de Guanajuato, un señor de más de 60 años que dice haber empezado a correr cuando tenía 40.  Es admirable que recorra ultra distancias.  A minutos de conocer a Rubén el declaró algo corto y simple pero que ha resultado ser cierto: “la mayoría de los corredores son personas amables”.  También conocimos a Abraham quien nació en la Ciudad de México y ahora radica en el estado de Coahuila.  Él viajaba con su amigo David, oriundo de la parte central del país pero que igual a Abraham, ahora llama casa a Coahuila.  Un día antes de la carrera, mi prima Angélica y yo compartimos la cena con nuestros nuevos amigos así como con Mirna, Ignacio, y Mauricio quienes llegaron a Urique de la Ciudad de México justo esa tarde o noche.

Ruben de Guanajuato.  Ultra Maratón Calballo Blanco, 2013.


Mi prima Angelica baila con Abraham de Coahuila (alias "el primo") durante inaguracion de evento.  Urique 2013.

La carrera empezó a las 5 de la mañana. El sol todavía no se asomaba a esa hora dentro del cañón.  Con falta de condición física y kilos de más, emprendí mi recorrido junto a otros cientos –quizá más de 300 competidores.  De forma oficial había comenzado la primera carrera en la que yo competía.  Lo único a mi favor era mi determinación.  El resto estaba en mi contra: la falta de preparación física y falta de conocimiento en cuanto a hidratación, nutrición, ritmo, etc.  Era imposible no fijarme cuanta gente me pasaba.  Al bajar la primera barranca que había subido, sentía ya algo adoloridos los pies.  A solo 7 kilómetros ya estaba yo bastante agotado.  Aun así emprendí mi ascenso a la segunda barranca cada vez más a menor ritmo.  Después de haber recorrido aproximadamente 35 kilómetros, al descender la segunda barranca me invadió un sentimiento de derrota.  Si bien todavía podía yo fingir un trote lento y así continuar hacia adelante, psicológicamente estaba en mal estado.  Pensaba que era él ultimo competidor.  No había yo terminado aun la mitad del recorrido cuando decidí abandonar la carrera.  Desprendí mi numero de competidor de mis pantaloncillos y regresé a la habitación del hotel por un callejón, pues quise evitar la humillación de pasar por la calle principal y sentirme inútil.  Ya con mi número guardado en mi mochila de hidratación y caminando lentamente me percate que en realidad había bastantes competidores que todavía iban atrás de mí.  No importó.  Aunque no era yo el ultimo, ya había yo decidido que había fracasado.  El recorrido era mucho para mí.  No estaba yo preparado para terminar ese tipo de carrera de forma digna.  En ese momento escuche que por micrófono anunciaban la llegada del ganador.  Ranulfo, un corredor de Puebla, habia recorrido 80 kilometros en el mismo tiempo que yo habia recorrido 35!

No fui la única persona que abandono la carrera ese día.  Por lo menos uno de nuestros nuevos amigo tampoco logro terminar.  De hecho cada año un gran porcentaje de competidores no logra terminar el reto.  No importa que no fui el único al que el cañón se devoró.  De acuerdo a mi ego lastimado, había yo fracasado de gran forma. 

La Sierra me había regalado lindas memorias aunque no tienen que ver con correr.  Despues de un segundo intento, Arnulfo había accedido a una foto, conocí personas especiales, y vi paisajes maravillosos.  Mi primer experiencia en la Sierra había dejado un saldo positivo.  Esos cuatro días produjeron bastante material de conversación que yo compartiría por meses subsecuentes.  Regresé a casa con sonrisa interna tal como un niño después de haber vivido una Navidad de película.  ¡Por fin habia conocido la Sierra Tarahumara!

Que gran verdad: uno no puede crecer sin aprender de las derrotas.  7 meses después de mi fallido intento en terminar mi primer carrera, comencé a entrenar para una carrera de 50 kilómetros.  

Con Rúben

Un dia antes del Ultra Maratón Caballo Blanco 2013

Urique 2013. 



Calzé zapatos "minimalistas" para Caballo Blanco 2013.






CROWN KING SCRAMBLE; 50KM (CKS50K)


Después del intento fallido en Urique al no poder haber terminado los 80 kilómetros del Ultramaratón Caballo Blanco, puse en la mira otro reto.  Encontré una carrera de montaña lo más cercano a casa posible.  Me inscribí a Crown King Scramble, una carrera en Arizona de 50 kilómetros que comienza en un lago artificial al lado de una presa en el desierto y culmina en un pueblo minero casi completamente abandonado en un bosque.  Ciertamente, los 50 kilómetros de Crown King significaban una tarea menos dura que la de Caballo Blanco, pero el trayecto en Crown King es mayormente cuesta arriba con aproximadamente 2,000 metros de desnivel positivo y un clima tan caluroso como Urique. 


Lago Pleasant de Peoria, Arizona, lugar donde anualmente empieza la carrera Crown King 50k.

El pueblo minero semi abandonado de Crown King, Arizona donde culmina la carrera de 50km del mismo nombre.

Restaurante en Crown King, Arizona.
Me armé entonces de bastante material informativo sobre el deporte de correr.  Me inscribí a una clase de dos sesiones con un instructor.  Solo yo y otra persona acudimos al curso.  La clase bien pudo haber contenido los principios más básicos, pero para mí todo era nuevo y yo estaba dispuesto a escuchar atentamente a cuanto material estuviera disponible.  Ya había fracasado una vez y no quería hacerlo de nuevo.  Esta vez iba en serio.  En el Internet encontré un plan de entrenamiento que “recetaba” distancias exactas para cada día durante 20 semanas.  Cada semana incluía 2 días de descanso.  La distancia en el plan incrementaba gradualmente.  La parte superior de la pagina del plan contenía una advertencia: “Se recomienda que antes de entrenar para una carrera de 50 kilómetros hayas terminado varios maratones con algo de éxito”.  Me ganó una vez más mi ambición ciega e ignoré el aviso.  Yo quería un reto grande y deseaba una ultra distancia.  Yo no creía tener tiempo para un evento corto antes de un ultra-maratón. Después de todo no me estaba haciendo más joven. Seguí entonces las ultimas 15 semanas del plan, pues era lo que faltaba para la carrera.  No tenía tiempo para seguir todas las 20 semanas que formaban parte del plan. 

Se dice que en todo momento hay dos tipos de corredores:  el que esta lesionado y el que esta a punto de lesionarse.  Pues las dolencias físicas abundan en este deporte.  Naturalmente fui victima de lesiones conforme incrementaba las distancias cumulativas semanales.  Durante las primeras semanas de entrenamiento, las plantas de los pies dolían lo suficiente como para no poder siguiera fingir paso normal al caminar.  Después siguió dolor en ambas espinillas -el dolor más común en un corredor novato.  Intenté en disminuir el dolor con hielo y ungüentos.  Aun con dolor seguía entrenando y recorriendo los kilómetros que el plan de entrenamiento requería.  No siempre fue al pie de la letra.  En una ocasión mientras entrenaba en montaña de forma repentina sufrí un esguince en mi pantorrilla izquierda.  La lesión era suficiente grave que no pude continuar corriendo ese día.  De hecho regrese a mi auto con ayuda, pues no podía caminar sin sentir que la lesión se empeoraba.  Mi cuerpo claramente estaba respondiendo a una actividad nueva.  Quizá hacia yo un error al correr distancias largas de forma relativamente repentina ya que yo era principiante.  Esa lesión de la pantorrilla me alejo de correr por casi una semana.  Corrí con suerte.  Pues el dolor inicial era tan grande que yo temí algo crónico que me aquejaría por bastante tiempo.

Yo seguí con mi sueño de terminar un ultra-maratón.  Ni vacaciones fuera de la ciudad ni algún otro evento me detenía en mi empeño de entrenar con regularidad.  Yo seguí con mi plan de entrenamiento lo mejor que pude.  Mi deseo de un logro acompañado por el miedo a un nuevo fracaso me impulsaba a seguir.

Después de dos o tres meses de entrenar, mi cuerpo sufrió menos de dolores y sentía más fortaleza.  Eso me alentaba aun más.  No soy una persona dotada.  A diferencia de los corredores natos o elites, cualquier fortaleza que sentía se debía exclusivamente a mi insistencia en continuar entrenando.


Mi amigo "Bro" me dijo que yo era el mejor amigo del perro.  Bro me acompaña a algunos entrenamientos.
Con frecuencia, un sentimiento nuevo me acompañaba durante las primeras sesiones largas de entrenamiento.  Hacia recorridos en veredas con muy poca gente alrededor y por momentos largos nadie.   Me acaparaba una sensación extraña al encontrarme solo con mis pensamientos durante una actividad que a la vez requiere gran esfuerzo físico.  Hay distincción entre soledad y solitud.  La solitud es agradable.  Ese sentimiento nuevo en ocasiones era acompañado con un nudo en él estomago, pues era totalmente novedoso estar en la naturaleza valiéndome por mí mismo recorriendo montañas y sabiendo de la posibilidad de algún encuentro con un animal o una caída.   Las primeras veces que vi coyotes me asuste, especialmente cuando era de noche.  De antemano sabia que un ataque de un coyote a un humano es casi imposible.  Los coyotes huyen a los humanos.  Los ataques de coyotes a humanos suceden casi exclusivamente cuando un coyote esta rabioso.  Pero cualquier conocimiento de la probabilidad mínima de tal ataque se anula con el hecho de que el encuentro con animales silvestres es una novedad.  Cualquier lógica se hace a un lado.  Después de muchos encuentros con coyotes, me he acostumbrado su presencia.  Ya no me causan preocupación.  Las veredas desérticas se han convertido en algo familiar.. 

Recuerdo también dudar de mi nueva actividad.  En un inicio me preguntaba si en realidad existía algún beneficio de pasar horas corriendo semana tras semana.  No hay compensación monetaria y en realidad resulta en gastos.  Ahora me queda claro que si ha valido la pena todas las horas de esfuerzo.  Los beneficios han sido sutiles pero numerosos y permanentes.

Algunos dias de entrenamiento han sido con clima extremo.  Este día incluyo neblina.

Dia de entrenamiento con neblina.

En aquellos entrenamientos de los meses iniciales incluyeron horas en clima poco agradable.  Lo más incomodo era entrenar en frió ó calor extremo o en lo oscuro.  Recuerdo un recorrido de noche en el desierto.  Cuando faltaban aproximadamente 5 kilómetros para llegar de regreso a mi auto, escuche ladridos de perros.   Inicialmente no me preocupé, pues se escuchaban lejos.  No entendía de donde habían salido perros, pues era una área totalmente despoblada.  Continué con mi recorrido y los ladridos se escuchaban cada vez más cerca.  Pensé lo peor.  Estaba a punto de ser atacado por perros y no tenía con que defenderme ni a donde ir.  Si salía de la carretera de tierra, iba a entrar a zona rocosa donde de seguro habría víboras.  Que mal momento.  Paré de correr mientras pensaba en que hacer, pues era obvio que si continuaba corriendo, los perros me atacarían.  Después de todo, cada vez se escuchaban más cerca pero no sabia yo en que dirección estaban debido a la oscuridad total.  Momentos después, vi que un auto se aproximaba en sentido contrario sobre la carretera.  Alce la mano pidiendo que se pararan.  Esperaba pedirles que de favor me condujeran a mi auto.  El auto no paró.  “Claro que no iba a parar”, pensé.  Yo tampoco pararía.  ¿Quién va a detener su auto porque un loco que aparece en la oscuridad en una área despoblada al lado de una calle de tierra lo pide?  A pesar que por allí estaba desolado, un par de minutos después otro auto transitaba.  Este segundo iba en dirección igual a la mía, con rumbo a donde estaba mi auto.  Probé suerte y les pedí alto.  Conducía una mujer joven y la acompañaba un muchacho con traje militar.  Les explique que me encontraba corriendo cuando unos perros estaban a punto de atacarme.  Necesitaba regresar a mi auto.  Que situación tan rara.  A mí me parecía extraña esa imagen de un joven con uniforme militar en auto privado conduciendo lejos de la ciudad en terracería durante la noche.  Pero yo no podía darme el lujo de que mi curiosidad fuese atendida.  Después de todo, seguro que la imagen que yo daba a ellos era aun más extraña.  ¿Este tipo dice que esta corriendo para hacer ejercicio?  ¡¿En el desierto y a esta hora!?  La pareja fue muy amable.  El muchacho me cedió el asiento de enfrente, pues dijo el se iría atrás donde cargaban equipaje y seria menos cómodo para mí.  No pregunté nada.  Les agradecí profundamente y me condujeron a mi auto. Mientras hicimos el corto recorrido a mi destino recordé que allí donde yo había parado había un rancho en medio de la nada.  No eran perros que circulaban libres.  Claro que se escuchaban cada vez más cerca cuando yo corría, ¡pues yo me aproximaba cada vez más a ellos!  Los perros que ladraban estaban dentro de la valla del rancho.  No había peligro.  Me sentí ridículo.  Había pedido auxilio con voz de alarma sin necesidad.  Así fueron muchas de mis sesiones iniciales de entrenamiento –llenas de momentos raros.  Estaba yo fuera de mi hábitat (ciudad grande) y mi encuentro con lo salvaje no podía pasar sin trabas.


Linea de salida. Crown King Scramble, 50km. Abril 5, 2014.  El lago se aprecia a espaldas de los corredores. (Ramón Chingón de gris en orilla de parte izquierda)


El 5 de abril del 2014 me presenté en Lake Pleasant de Peoria, Arizona donde la carrera iniciaría.  El sol todavía no salía cuando 153 corredores empezamos la carrera al lado de un lago y rumbo a un bosque 50 kilómetros al norte.  Inevitablemente me invadieron memorias de Urique.  Otra vez me encontraba empezando un recorrido largo en un desierto.  Yo no competía por el primer lugar.  Yo competía conmigo mismo.  El reto era terminar esa gran distancia.  Los parajes en el recorrido eran como sacados de una película del viejo oeste.  Abundaban cactus grandes que parecían alcanzar hasta 8 metros de altura.  ¡Que vistas!  El recorrido subía constantemente y cada vista hacia atrás regalaba un espectáculo al ver que el lago de donde había partido cada vez se veía más pequeño.  Era imposible ignorar el panorama a pesar de que yo trataba de mantener un enfoque constante.  Estaba empeñado a llegar a la meta a cualquier costo.   

 

Los últimos 25 kilómetros del recorrido presentan unas cuestas muy inclinadas.  La vegetación cambia hasta llegar a un bosque de pinos.  Mi pierna derecha empezó a acalambrarse.  Esto no puede ser.  Me regresaron memorias de aquel recorrido en el Gran Cañón cuando los calambres de las piernas se fueron extendiendo hasta incluir a las espinillas y los dedos de los pies.  Aquella vez fui forzado a sentarme en el suelo y el corto recorrido que faltaba para llegar a la cima valía de poco, pues no podía moverme.  Que tragedia.  Parecía que lo justo había sucedido: ¿cómo había pensado yo que podía terminar un recorrido de 50 kilómetros con solo 4 meses de preparación y sin nunca antes haber corrido ninguna carrera, por más corta que hubiese sido?  Decidí caminar en las cuestas más inclinadas para bajarle la carga a las piernas.  Después lograba correr a ritmo despacio, solo para que momentos después regresara el calambre.  Después de haber batallado con el calambre de la pierna derecha por aproximadamente 15 minutos, todo regreso a la normalidad y pude empezar a correr otra vez.  



Viendo hacia atras en una de las ultimas cuestas hacia arriba de Crown King 50k. 
 Él último de los 5 puestos de abastecimiento se encuentra a 4 kilómetros de la meta. Que increíble, estaba yo tan cerca de lograr el objetivo.  Solo faltaba subir un poco más para llegar al bosque donde los últimos 2 kilómetros son de bajada.  ¡Por fin habría algo de bajada!  Sonreía bastante por dentro.  Que sentimiento cuando uno afloja un poco el enfoque intenso que había mantenido por varias horas para por fin darse el lujo que comprender el logro: había podido transportarme con mis propios pies por 48 kilómetros de un desierto a un bosque.  Era un sentimiento nuevo y único. Todas las sesiones de entrenamiento plagadas de dureza y los sacrificios de haberme separado de mi familia para ir a entrenar me habían ayudado a lograr este gran reto.  Mientras corría en el bosque a sabiendas que la meta estaba próxima a pesar de que todavía no se escuchaban las voces de las personas que se encontraban allí al final, de forma inesperada me inundo un sentimiento profundo.  ¿Y esto de dónde salió?  Nunca lo vi llegar.  En mi mente aparecía una imagen de mi mamá volteando del cielo con una sonrisa tímida que la caracterizaba cuando sentía orgullo por mí.  “Tonto, ahora no puedes llorar.  No puedes llegar chillando a la meta”, me dije.  Triste pero grata, la imagen la tuve que desaparecer.  Para mi sorpresa estaba mi hijo de 10 años esperando para correr los últimos metros conmigo.  ¡Que detalle!  Él cayó pero se levanto y terminamos juntos.  Ese día, 20 participantes abandonaron la carrera, pues el calor y el esfuerzo de la distancia y de la cuesta arriba eran demasiado.  Afortunadamente ese día no fui yo uno de ellos.  A pesar de que mi tiempo de 7 horas y 3 minutos alcanzó solo para estar a la mitad de la lista de los competidores que terminaron, a mí me supo a un primer lugar.  Hubo revancha después de Urique y yo había triunfado gracias al apoyo de mi familia al aguantar que yo estuviera ausente tantas horas entrenando.   

Justo antes de la meta acompañado por mi hijo Myles.  Crown King Scramble, 50 kms.  Crown King, Arizona, EEUU


Llegando a la meta



Meta de Crown King 50k.  2014.



Con María "Mariposa" despues de llegar a la meta de Crown King 50k

Un mes después corrí con éxito otra competencia de montaña de 27 kilómetros.  Después siguieron otras competencias el mismo año en la siguiente orden: 64km, 63km, y 10km.  Invariablemente la imagen de mi mamá sonriendo desde arriba llega en cada carrera y justo cuando menos lo espero.  Y cada vez mi mamá me llena de una emoción que es difícil de contener. 

EL NACIMIENTO DE LAS CARRERAS DE 100 MILLAS


¿Cómo y cuando empezaron las carreras pedestres de 100 millas? En 1955, un empresario de Auburn, California llamado Wendell T. Robie decidió comprobar lo que muchos dudaban que fuera posible: Recorrer 100 millas (160 km) a caballo en menos de 24 horas en la Sierra Nevada de California, una zona caracterizada por montañas altas y cañones profundos.  Ese año, Wendell y otros cuatro hombres a caballo cruzaron la Sierra Nevada desde la ciudad de Tahoe hasta Auburn en 22 horas y 45 minutos.  Esa hazaña causó el nacimiento de Western States Trail Ride (conocida también popularmente como la Copa Tevis -Tevis Cup en inglés), una carrera a caballo que se lleva a cabo anualmente.  Los jinetes que logran terminar el recorrido en menos de 24 horas son premiados con una hebilla vaquera. 


Recuerden este nombre: Gordon “Gordy” Ainsleigh.  Gordy había montado su caballo con éxito en dos ediciones (1971 y 1972) de la Copa Tevis.  Para la competencia de 1973, el caballo de Gordy no se encontraba en condición de correr.  Motivado por la sugerencia de una jinete competidora, ¡Gordy había decidido hacer el recorrido de 100 millas corriendo!  Tal como le había sucedido a Wendell dos décadas atrás, Gordy escucho más de una vez que no era posible que un humano recorriera una sierra montañosa a pie en menos de 24 horas.  Gordy recuerda que un corredor con más experiencia que él le respondió, “no solo creo que tu no puedes lograr tal hazaña, pero estoy seguro de que nadie más lo podría hacer”.  Asi entonces a Gordy le llamó la atención aun más ese reto y en 1974 decidió formarse junto con caballos y jinetes cerca de la ciudad de Tahoe para hacer el recorrido de la Copa Tevis -¡esta vez sin caballo!.  

Gordy recuerda que durante su recorrido vio a un caballo que debido al agotamiento y al calor estaba a punto de ahogarse cuando cruzaba un río.  Eso lo asustó.  Pensó, “si un animal con gran musculatura esta a punto de morir de agotamiento, ¿qué me espera a mí?”  Gordy ya estaba bastante cansado antes de haber ayudado a otras personas a sacar al caballo del río.  El hecho de haber visto que un caballo estaba a punto de morir a causa de la misma tarea que el se había propuesto causó que Gordy pensara en abandonar su idea de terminar el recorrido.  Mientras paró para comer algo, una mujer le ofreció un poco de sal.  Gordy jura que la sal que ingirió le ayudo a sentirse mejor.  Al parecer recuperó así algo de sodio que había perdido al sudar. Durante unos momentos de reflexión, pensó en las personas que lo habían alentado a emprender la travesía y que creían en él.  Con el deseo de no decepcionarlos, él decidió continuar su recorrido pensando que mientras pudiera seguir moviendo los pies, él seguiría adelante sin dejar que el cansancio extremo lo detuviera.  ¡Increiblemente Gordy logró su objetivo aquella fecha! 23 horas y 42 minutos después de haber salido de la ciudad de Tahoe, él recorrió poco más de 100 millas al llegar a Auburn! 

Al año siguiente (1975), Gordy otra vez se formo junto a los jinetes en la ciudad de Tahoe para competir de nueva cuenta no así siendo ya el único competidor pedestre, pues un corredor llamado Ron Kelley intentaría duplicar la locura de Gordy.  Cada año se fueron agregando más corredores a la Copa Tevis y consecuentemente en 1978 por  primera vez se llevaron a cabo dos competencias por separado, una para competidores a caballo y otra para corredores.  La carrera pedestre es llamada Western States Endurance Run y al igual que en la Copa Tevis, la carrera Western States premia con una hebilla vaquera especial a los corredores que logran el recorrido antes del tiempo limite.

Así entonces, Gordy había de cierta forma creado un nuevo deporte y las carreras de ultra distancia en campo traviesa nacieron gracias a su valentía, habilidad, y determinación.  Hoy existen muchas carreras de 100 millas que explotaron en Estados Unidos después de Western States y después nacieron otras en todos los continentes.  Duplicando la tradición de Western States, la mayoría de carreras pedestres de 100 millas premian también a los competidores con una hebilla vaquera. 
Debido en parte a que Western States es la carrera de 100 millas más antigua del mundo, muchas personas la consideran la más prestigiosa.  Existe cada año un gran interés en el Western debido a su prestigio.  En la actualidad, miles de corredores de todo el mundo solicitan uno de los 369 cupos.  La mayoría de los competidores solo entran por medio de un sorteo anual, la “lotería de Western States”, pues la demanda es mucho mayor que la disponibilidad de cupos para participantes. 


La hebilla codiciada.  Premio a participantes que terminan Western States dentro del tiempo límite.


JAVELINA JUNDRED  (JJ100)

Sin jamás antes haber corrido siquiera algun evento de 5 kilómetros, medio maratón (21Km.), ó maratón (42Km.), en ese año (2014) había yo logrado correr 3 competencias de ultra distancia (más de 42Km.) y otras dos de distancias más cortas.  Desde luego que algún día quería “graduarme” y correr una competencia de 100 millas (160 Km).  Pero era un sueño lejano, pues cada una de las competencias ultra que había hecho costó bastante esfuerzo.  Me costaba trabajo pensar una distancia casi tres veces más de lo máximo que había recorrido. 

Después de un recorrido en el desierto con mi amigo Ryan, quien se había convertido en mi cómplice de aventurillas durante el otoño del 2014, descansábamos los dos en una sombra cuando él quebró el silencio: “Yo te puedo acompañar si decides entrar a una carrera de 100 millas”.  No sé si le respondí.  Pues no supe si estaba bromeando ó no.  Deliberadamente ó sin querer, Ryan me sembró una inquietud.  A partir del comentario de Ryan me pregunté más de una vez: ¿Acaso era hora de tomar ese tipo de reto ó es locura?

Después de un par de semanas le comenté a Ryan que estaba casi seguro de que me inscribiría a una carrera de 100 kilómetros que se llevaría a cabo el primer día de noviembre del 2014 en el estado de Arizona, Estados Unidos.  El evento se lleva a cabo en conjunto con el evento mayor de 100 millas (160 Km) y a los dos juntos en un juego de palabra le llaman Javelina Jundred ó JJ100. 

Un día decidimos Ryan y yo ir a conocer el recorrido de JJ100 que se encuentra en una área desértica cerca de la ciudad de Fountain Hills.  Ese día allí en el circuito de JJ100, Ryan conoció a Ira, un competidor Ironman que pronto comentó que él estaba inscrito para las 100 millas de Javelina.  Las competencias de Ironman son conocidas por su gran dificultad.  Pues se requiere que en un solo día cada competidor recorra 3.86 kilómetros nadando, 180.25 kilómetros en bicicleta, y 42.2 kilómetros corriendo.  Ryan me presento a Ira comentándole que yo correría el evento de 100 kilómetros.  

Ramón Chingón en una roca justo al lado de la vereda Pemberton, ruta de Javelina 100 durante una sesion de entrenamiento.  Otoño 2014.

Yo tenía un gran respeto a la distancia de 100 kilómetros.  Ciertamente estaba intimidado.  Aun así, durante las semanas siguientes botaba en mi mente la idea de copiar a Ira y mejor inscribirme para el reto de 100 millas, pues pensaba en Ira, un tipo musculoso.  ¿Que tan rápido y eficiente pudiera correr él 100 millas con tal carrocería?  Si él lo logra, seguramente yo también puedo.  Anuncié entonces a amistades y familiares cercanos que el 1ro de noviembre yo participaría en una carrera pedestre de 100 millas.  No había marcha atrás.

Me empapé más de información sobre correr ultra distancias.  Pedí consejos de mi amigo Julio Palma, pues el ya había recorrido algunos ultra de 100 millas.  Inclusive había corrido el prestigioso Western States.  Por medio de mensajes de celular, Julio me pasaba consejos valiosos sobre estrategia, nutrición, hidratación, y mentalidad.  Nunca hace falta de corredores con consejos, pues pareciera que cada corredor se cree experto en la materia y da consejos aun cuando no son solicitados.  Pero cuando me veo con necesidad de aclarar algo sobre este deporte recurro a Julio. Él siempre ha sido acertado con sus consejos.  Recuerdo esos mensajes solo a unas semanas antes de la competencia:

-¿En cuánto tiempo quieres terminar?
-Si es posible en menos de 24 horas, pues quiero la hebilla especial
- ¿Entonces en cuanto tiempo quieres terminar cada vuelta [al circuito de 25 km]
- Creo que en 2 horas y media
- Es muy rápido.   Tienes que conservar energía durante el inico.  Seria mejor completar cada vuelta inicial en 3 horas.  Camina todas las subidas iniciales.
- ¿Todas ó únicamente las más inclinadas?
- ¡TODAS! Y recuerda que los puestos de abastecimiento son solo para eso.  No pares a descansar, solo toma lo que se requiera y continua.

Así pues hice apuntes mentales de todos los otros consejos que el muy amable me proporcionó.  Ni mi mente ni mi cuerpo habían llegado a esas instancias.  100 millas seguramente serían tan duras para mi cuerpo como para mi estado mental.  De eso estaba seguro.  Atentamente entonces escuché a cada consejo de Julio quien a solo semanas de la competencia, él había decidido recorrer las 100 millas de Javelina por segunda vez ese año, pues otra competencia a la cual él había entrado se había cancelado debido a tormentas eléctricas.

En las competencias de 100 millas de Estados Unidos se acostumbra permitir que cada corredor haga uso de un acompañante (llamado “pacer” en inglés) en las ultimas instancias de la carrera.  Javelina permite que un pacer a la vez acompañe a cada corredor en las últimas 40 millas.  Lo más común es que cada corredor pida ayuda a más de un “pacer”, pues la mayoría de esos acompañantes no están dispuestos o preparados para recorrer 40 millas un solo día. 

Aproximadamente un mes antes de Javelina, conocí a Juan, un corredor con vasta experiencia en eventos de 5 y 10 kilómetros.  Él nació en San Francisco del Oro, Chihuahua, una ciudad pequeña muy cercana a Parral, ciudad donde nacieron mis padres.  Así entonces desde primeras instancias Juan me pareció una persona agradable, en parte debido a que compartíamos esa solidaridad que suele existir entre gente de una misma región.  Poco después se me ocurrió pedirle que me acompañara durante algunas millas del recorrido de Javelina.  Pensé que a Juan quizá le gustaría hacer una transición de competir en carreras cortas a ultras en veredas.  Juan era claro en expresar que aunque fueran 10 millas (16 kilómetros) las que me acompañara, seria una distancia mayor a la que él corría.  Le aseguré entonces que la tarea de “pacer” seria fácil, pues a ultima instancia era seguro que mi ritmo seria bastante lento al momento que un pacer pudiera entrar a acompañarme (después de haber recorrido ya casi 100 kilómetros).

Juan es un corredor nato.  En medio de su humildad, solo de manera accidental Juan mencionó haber sido el corredor más rápido del estado de Chihuahua en competencias de preparatoria.  No me sorprendió su historial, pues de forma fácil se percibía su habilidad.  A pesar de su habilidad, Juan parecía titubear.  Como muestra de que estaba comprometido a ayudarme, preguntó si era posible recorrer juntos el circuito de Javelina con anterioridad.  Claro que no podía yo rehusarme, pues él hacia un sacrificio al estar de acuerdo en ayudarme.  Su interés en conocer el recorrido era más que una muestra de su compromiso en ayudarme.  De día, recorrimos juntos una vuelta al circuito de 25 kilómetros de Javelina pero a aproximadamente 2 kilómetros de terminar el recorrido, Juan se redujo a caminar, pues era la primera ves que sus piernas jamás habían corrido esa distancia.  Yo seguía sin preocupación y esperaba que el hecho de ese día tuviera también a Juan sin cuidado, pues yo insistía que durante la carrera, yo seguramente correría muy lento debido al cansancio. 

De forma increíble, Juan pidió regresar el circuito de Javelina una vez más.  Esta vez de noche, pues seguramente el sol ya habría caído al momento que en el día de la carrera él entraría a acompañarme.  Por supuesto que accedí.  Una vez más me sentí  sorprendido y agradecido por la gran muestra de compromiso por parte de Juan.  Esa noche fue tan extraña como mis primeros entrenamientos, pues el circuito de Javelina se encuentra en una área desértica y relativamente lejos de cualquier zona residencial.  En ese momento que llegamos a la vereda desértica se encontraba solo un otro auto.  Seguramente pertenecía a alguien que recorría una de las muchas veredas de esa zona, pues el área es frecuentada por muchas personas que se recrean en bicicleta de montaña, a caballo, o corriendo.  Pero siendo que la noche había caído, ya no había personas allí.  Cualquier persona que había visitado el lugar ese día ya estaba en casa o en algún otro lugar haciendo cualquier otra actividad más común para un sábado nocturno, con excepción de la persona que había estacionado ese único auto.  Recuerdo haberle comentado a Juan, “nosotros estamos aquí a punto de correr por un par de horas mientras muchas personas se encuentran cerveceando”.  A la noche extraña se agregaban los aullidos de coyotes que percibíamos claramente no muy lejos.  Después de estirar las piernas, emprendimos el recorrido a oscuras, asistido cada cual con una lámpara de cabeza.

Después de correr por un par de minutos, en contra de nosotros corría alguien también con una luz de cabeza.  Pronto cruzamos el camino con un breve saludo.  Ese corredor estaba a punto de llegar a su destino, su auto que acabábamos de ver donde nosotros nos estacionamos.  Fue claro que entonces éramos los únicos en el desierto.  A pesar de tener la compañía uno del otro, la sensación de estar en el desierto durante la oscuridad y en zona desolada es algo único.  Se mezcla un nerviosismo con el alivio de las endorfinas y otras sensaciones que todas juntas son imposibles de explicar a alguien quien jamás haya hecho esa misma actividad.  Sin ningún percance, poco más de 2 horas después llegamos de regreso al auto.  Juan no solo había corrido por segunda vez en su vida 25 kilómetros, si no que lo había hecho a un ritmo relativamente rápido tomando en cuenta las secciones con cuesta arriba y las secciones rocosas.  Quedo así confirmado que Juan podría ayudarme el día de la carrera sin ningún problema.  Su fluidez que lo distingue como corredor lo convertía en un “pacer” formidable.  A la vez yo esperaba que se lograra el objetivo principal: que él viviera el ambiente de un ultra y que quizá le agradara la idea de convertirse en un corredor de montaña y de distancias largas. 

Con un poco de pesar, había yo decidido no tomarle la palabra a Ryan de que me acompañara de “pacer” para Javelina.  Pues sentía yo que su forma de ser quizá me molestara.  Ryan es un tanto efusivo y seguramente durante el recorrido trataría de motivarme demasiado y lo ultimo que yo desearía eran palabras de sobra durante momentos de gran agotamiento.  No saqué el tema de “pacer” con Ryan.  Juan y mi amigo James habían estado de acuerdo en acompañarme y así sería.

Durante las semanas anteriores a Javelina, repasaba yo la lista de inscripción.  Me ganaba la curiosidad.  Quería saber que corredores elites irían y cuantos compatriotas mexicanos estarían allí.  Para mi sorpresa, un día ya cercano al evento vi los nombres de cuatro competidores Tarahumara.  No lo podía creer lo que vi en la lista.  Muy lejos de la Sierra de Chihuahua estaría en la misma competencia con Miguel Lara, Isidro Quintero, Horacio Estrada y Arnulfo Quimare. 

Pronto contacté a Mariposa, la novia de Caballo Blanco, pues estaba seguro de que ella sabría con quien se hospedarían los corredores Raramuri.  Me dijo que se quedarían con Michael y Kimberly, una pareja de corredores quienes por varios años habían acudido a la carrera de Urique y quienes viven en Arizona.  Estando en Arizona, conocí a Michael y le expresé mi cariño por la cultura Raramuri en general.  Me ofrecí a ayudar con lo que se requiriera para la estancia de los corredores.  Michael dijo no saber de algo que se requiriera, pero me invito a salir a cenar con el grupo de corredores Tarahumara un par de días antes de la carrera.  Que increíble.  Me sentí más que afortunado.  Todo era difícil de creer: me había inscrito a una carrera increíblemente larga, en la carrera participarían corredores Tarahumara entre ellos Arnulfo Quimare, y dos noches antes compartiría una cena con ellos. 

La cena con Michael, Kimberly, y los corredores Tarahumara fue tan agradable como pensé que lo sería.  Durante la cena, aproveche para pedir consejos de Michael y Kimberly.  Los dos son personas muy agradables y con mucha experiencia en ultra maratones de montaña.  Michael me proporciono con tres consejos que recuerdo claramente.  Al igual que Julio, me dijo que empezara con un ritmo muy lento, “yo he intentado muchas estrategias y lo único que resulta exitoso es empezar lentamente”.  Agrego, “si te sientes mal emocionalmente, como triste o deprimido, es seguro que es por falta de calorías.  Come algo a pesar de que no sientas hambre.  Otra cosa, al ser tu primera carrera de 100 millas, va a llegar el punto en el cual sientas que simplemente ya no puedes seguir.  No hagas caso.  Continua corriendo y después pasara eso”.  Kimberly también aporto con un consejo, “puede que te sientas mal cuando caiga la noche pero en cuanto sale el sol a la mañana siguiente, entra una energía renovada.  Espera ese momento”. 

Antes de esa noche había yo hablado con Arnulfo en solo dos ocasiones.  La primera fue el desaire en Urique cuando rechazo mi petición de una foto y la segunda fue cuando de coincidencia me encontré formado en una fila justo atrás de él en un ultra de Guachochi, Chihuahua.  Siempre lo rodean personas que piden fotos.  Yo estaba seguro que el no recordaría jamás antes haberme conocido y así fue.  Pero este tercer encuentro con él era diferente.  Compartimos alimento en una misma mesa y platicamos en la casa de Michael y Kimberly antes y después de la cena.  Justo antes de irme de la casa en donde se hospedaban, Arnulfo me dijo que tendría un convivió en su casa en la Sierra.  Me pidió mi numero de teléfono y me invito a su convivió.  Era el colmo.  Cuando me fui de con ellos conduje con una sonrisa permanente.  A menudo se usa la frase “solo en este deporte”.  Pues lo que se vive en los ultra de montaña no se puede comparar con otros deportes.  Por ejemplo, no muchos basquetbolistas puramente novatos podrían presumir de haber conversado con LeBron James o cualquier otra estrella del momento y mucho menos probable sería que la estrella del momento invitara a un desconocido a un convivió en su casa.  El 2014 cerraba ya de forma estelar.  En abril de ese año había yo corrido mi primera competencia y durante los siete meses que siguieron viví una serie de experiencias que nunca me había esperado.  Sin importar que sucediera en Javelina, me sentía ya afortunado.  Había sentido durante el transcurso de ese año el beneficio de las pequeñeces que en realidad valen y que juntas se habían acumulado para amortiguar los momentos desagradables que toda vida adulta suele tener. 

Con mi amigo Arnulfo Quimare despues de compartir cena en Scottsdale, Arizona justo antes de Javelina 100, 2014

Entrega de paquetes para corredores participantes.  Javelina 2014.


Me asignaron el 409 para participar en Javelina 2014.

La noche anterior al evento dormí poco, tal como ha sucedido en cada noche anterior a una competencia.  Los nervios me impiden noches completas.  Parece que los pensamientos constantes en el subconsciente me despiertan. 

El ambiente en Javelina es de fiesta.  Cada año la competencia se lleva a cabo cerca del de Halloween, día de disfraces en Estados Unidos.   Los organizadores promueven la carrera como “la fiesta más grande de Halloween“ y muchos de los participantes corren con disfraz. Yo decidí usar un penacho de plumas tipo jefe indio.  


Los corredores de 100 millas empiezan a las 6 de la mañana y los de 100 kilómetros lo hacen una hora después.  Todos en el mismo circuito dando vueltas a la vereda desértica de 25 kilómetros llamada “Pemberton”.  A la hora del comienzo todavía no salía el sol.  Con lámparas de cabeza, casi 600 de corredores comenzamos la carrera.  Los primeros 8 kilómetros los corrimos juntos Julio y yo.  De allí el se aparto adelante y durante la carrera lo vi solo cuando tocaba ir en dirección opuesta en el circuito.  El desierto de Sonora en Arizona suele ser cálido aun en otoño.  El calor se hizo presente desde el momento que salió el sol, pues en el circuito no hay prácticamente ningún árbol que de sombra.  Afortunadamente ese día estuvo parcialmente nublado.  Cualquier nube, por muy débil que fuera su capa, era bienvenida.  Es precisamente el calor el enemigo numero uno de los competidores en Javelina año tras año.  En algunas ediciones, es tan alta la temperatura que cerca de la mitad de los competidores que inician deciden abandonar la carrera debido al agobio.  

Con Sergio Vidal (alias Nox) de Jalisco durante madrugada de competencia justo antes de la salida a Javelina 2014.

Durante la segunda mitad en mi primera vuelta al circuito, recuerdo haber platicado con un competidor que había viajado desde Nevada.  Mientras estaba envuelto en la platica, por unos minutos no me percate que iba demasiado rápido.  Vi el ritmo en el reloj GPS y a pesar de que me sentía con las piernas bastante frescas, le comente al corredor con el que conversaba que iba a tener que bajar ritmo, que el siguiera.  Para mi iba en contra de la lógica bajar de ritmo mientras me sentía más que bien, pero creía en los consejos de Julio y Michael y me iba a apegar a las instrucciones y correría a un ritmo relativamente lento durante las primeras vueltas al circuito.  Recuerdo haber encontrado varios conocidos en el recorrido y en más de una ocasión escuche el mismo comentario, “no te ves cansado”.  Mi respuesta no variaba, “no estoy cansado, me aconsejaron que corriera de una forma conservadora y así lo estoy haciendo”.  De cualquier forma el cansancio se fue acumulando, pues inclusive de pie por horas el cuerpo pide reposo.  Conforme pasaron las horas, se acumulaba el cansancio y el calor aumentaba y con más frecuencia tomaba descansos al reducir el ritmo de correr a caminar por unos metros.  Después de un par de vueltas coincidí en ritmo con Victor Batiz, un compatriota que viajaba desde el estado de Sinaloa para el evento de 100 millas que sería su segundo, ¡pues había terminado un evento de la misma distancia solo una semana antes!  Compartimos varias secciones a la par y conversamos extensamente.  Según nosotros desmenuzábamos temas complejos de tipo social y demás.  No solo analizábamos temas; según solucionábamos problemas.  Es casi cómico como pueden llegar a ser tan profundas algunas conversaciones que se llevan acabo cuando uno recorre distancias largas acompañado de alguien. 





Vista satelital del recorrido de Javelina Jundred.  Carrera de 100 millas justo al norte de Fountain Hills, Arizona.


Amigazo Victor con quien recorrí varias horas y muchos kilometros durante Javelina 2014


Javelina 100, edicion 2014. 

En dos o tres ocasiones cruzaba en sentido contrario un hombre vestido de calavera -mascara incluida- y me saludaba por nombre.  Yo contestaba sin saber quien me saludaba.  Después de varias vueltas, la calavera corría sin mascara, pues el calor ya era demasiado para usarla.  ¡Hasta entonces supe que la calavera amigable era Michael!  Era bastante agradable escuchar un saludo.  El ánimo se levantaba cada vez que intercambiaba saludos con alguien conocido.  La hermandad entre los competidores compatriotas era palpable.  Igualmente agradable era ver que durante gran parte del recorrido, 3 de los 4 punteros eran mexicanos.  El eventual ganador, un estadounidense de nombre Catlow se había visto perseguido la mayor parte del tiempo por Oswaldo (jalisciense) y los corredores Raramuri Miguel e Isidro.  ¡Que orgullo era ver mexicanos al frente!  Especialmente al tomar en cuenta que de los más de 300 competidores de 100 millas, solo una docena éramos mexicanos. 

Arnulfo competía en el evento de 100 kilómetros.  Después de que yo había recorrido más de 50 kilómetros, mire hacia atrás y para mi sorpresa vi que Arnulfo venia justo atrás.  Al verme, redujo su paso y recorrimos un tramo juntos.  A pesar de que había un gran numero de competidores en un mismo circuito, por momentos hay separación tan grande que uno encuentra momento solo.  En ese momento corríamos Arnulfo y yo sin ver a alguien más cerca.  Fue aun otro momento especial, corría yo a la par de mi corredor ídolo y no lo podía creer.  Una vez más pensé, “solo en este deporte pasa esto”.  Volteaba yo a ver si alguien pudiera tomar foto pero nadie se percibía alrededor.  Arnulfo me compartió que traía un dolor.  Le ofrecí una pastilla para la inflamación y sorpresivamente la tomó.  Arnulfo parecía querer hacer en recorrido junto a mí.  Después de unos minutos lo despaché, “tu sigue adelante.  Yo voy más despacio”.  Con su forma tan ligera de correr poco a poco se perdió de vista frente a mí habiéndome yo quedado sonriendo por el corto momento que corriendo compartí una vereda con Arnulfo.  La próxima vez que vi a Arnulfo en el trayecto me pidió otra pastilla, pues su dolor continuaba.  En su forma tan breve de hablar dijo, “la medicina esta buena.  ¿Tienes otra?”.  Yo no acostumbro tomar analgésicos o cualquier otro medicamento.  Cargaba esas pastillas únicamente en caso de emergencia y resultó buena idea traerlas, pues ayude a mi nuevo amigo Arnulfo ese día. 

El la parte más lejana de la meta donde se encontraban espectadores había un puesto de abastecimiento en donde claramente los voluntarios estaban de fiesta.  Al hablar con uno de ellos, su aliento a alcohol me alcanzo de lejos.  Conforme la tarde caía, cada nueva vuelta a ese puesto delataba el crecimiento en el ambiente.  Los voluntarios cada vez estaban más interesados en su diversión y menos en atender a los participantes.  Debido a mi cansancio acumulado, ya en la noche pasar por ese puesto era irritante.  Pues yo me encontraba en medio de una tarea muy diferente a la de ellos.  La fiesta allí en la noche incluía música a volumen alto e incluso un micrófono donde compartían payasadas.  En mis pensamientos apodé al puesto “los borrachitos”. 

Al caer la noche, cuando pasé por el área de espectadores me percate que Juan ya había llegado con su familia.  No así James, el que se suponía sería el segundo “pacer”.  Parecia claro que James no se presentaría.  Seguramente tenia yo algún mensaje de él en mi celular, pero este estaba guardado.  De cualquier forma no importaba la razón de James por no haber llegado.  No podía darme el lujo de pensar en eso.  Pensé que tuviera yo que seguir solo y esperar a que Juan me acompañara las ultimas 25 millas (40 kms).  Cuando faltaban 40 millas (aprx. 64 kilómetros), Juan me pregunto que si quería que entrara en ese momento a acompañarme.  Era riesgo, pues si él me acompañase solo por una sección para que después yo hiciera el último recorrido solo, lo haría yo sin compañía en el momento de mayor agotamiento.  La idea de ser acompañado sin esperar más era atractiva así que sin pensar más, empezó Juan a acompañarme en el recorrido faltando todavía mucha distancia para llegar a la meta. 

El cuerpo había aguantado por varias horas el cansancio y calor.  Había recorrido casi 100 kilómetros y me faltaban 64.  En momentos me quejaba yo con Juan de la tarea que a esas instancias parecía difícil de lograr.  Me frustraba la sensación de que el recorrido nunca iba a terminar.  De forma sutil, Juan me alentaba, pero a mi no me interesaba escuchar palabras de aliento.  Las palabras eran de sobra,  yo solo quería el beneficio de su compañía en lo que se había convertido en una vereda con un panorama muy diferente.  Estaba ya oscuro y había menos competidores.  Algunos corredores de los 100 kilómetros ya habían terminado y otros de ambas competencias habían abandonado la carrera.  Mi respuesta corta a cada intento de Juan de reavivarme era casi invariable mente la misma, “si”.  Ya estaba yo de mal humor.  No tenia ganas de conversar.  Faltando 40 kilómetros, coincidí en el puesto principal con Ira, el competidor Ironman a quien había conocido brevemente en un entrenamiento previo.  En esa instancia estábamos él y yo parejos en tiempo.  Ira se veía bastante malhumorado y expreso, “olvidémonos de las 24 horas”.  Sinceramente yo no estaba pensando en el tiempo.  Mi enfoque estaba en mantenerme lo más integro posible para no colapsar.  Nunca durante el recorrido me había puesto a hacer cálculos de tiempo para saber si sería posible ser premiado con la hebilla vaquera especial de 24 horas.  Los organizadores permiten hasta 30 horas para terminar el recorrido.  Yo no iba tan lento como para que me preocupase él límite de 30 horas.  Al regresar al puesto de los borrachos por última vez esa noche, faltaban aproximadamente 25 kilómetros.  A pesar de que me aborrecía estar en el ambiente de fiesta de ese puesto, me tomé en esa ocasión varios minutos para comer, tomar, y usar el baño portátil.  Tomé tanto tiempo reabasteciéndome que mis piernas se enfriaron y sentí las consecuencias del trato que le había dado a mi cuerpo por más de 130 kilómetros durante muchas horas.  Lo que más dolía eran las articulaciones.  Advertí a Juan que reemprendería  el recorrido lentamente, pues más allá de que después del puesto se encontraba una cuesta hacia arriba, tendría que permitir que mis piernas entraran en calor y así quizá sentir menos el dolor.  Claramente le dije a Juan que sentía mucho dolor en las piernas.  Mientras nos alejábamos del puesto de abastecimiento caminando lo más rápido que era posible, algunos pensamientos invadieron mi mente.  Pensé en lo que había dicho Ira.  ¿En realidad era posible lo que el dijo?  ¿Se había escapado la posibilidad de lograr terminar en menos de 24 horas?  Empecé a hacer cálculos en mi mente.  Deduje que aun con un paso bastante lento (15 minutos por cada milla) podría lograr terminar en menos de 24 horas.  Luego pensé en el sacrificio que había hecho mi familia para estar allí.  Se habían desvelado para verme en la meta mientras acampaban.  Sentí entonces la responsabilidad de dar el máximo esfuerzo posible para igualar el sacrificio que ellos habían hecho por mí.  Sin decir una sola palabra empecé a correr después de haber caminado lo que seguro era con un paso lento de una persona con dolor y muy parecido a un anciano artrítico.  Al ver el cambio brusco, Juan pregunto de inmediato, “¿qué pasó?.  Tajante y con solo cuatro palabras le respondí, “quiero las 24 horas”.  A pesar de que corría el riesgo de caer en un agotamiento tan grande que pudiese requerir que parara para recuperarme, decidí ir con todo lo poco que me quedaba de energía.  Juan y yo empezamos a pasar a muchos corredores a partir de ese momento.  A esas horas, ya en la madrugada, algunos participantes estaban sentados o acostados enseguida de la vereda debido al sueño, el calor, o el cansancio.  Yo no sabía si a los que yo estaba pasando eran competidores de mi carrera o del evento de 100 kilómetros.  Tampoco me importaba saberlo.  El reto era entre mi y el reloj.  En el último punto de revisión, ya a 5 kilómetros de la meta, una voluntaria pedía el numero de cada participante para actualizar su registro.  Al decirle mi numero ella respondió con una pregunta, “¿quieres terminar en menos de 24?”.  “¡Si!”.  “¡Pues adelante!”.  Esa sección del desierto nunca antes la había visto.  Es una vereda que agregaron los organizadores para completar la distancia de 100 millas.  Afortunadamente ese tramo corto era cuesta abajo y con una arena suave pero no suelta.  Juan apretó su paso y yo lo traté de alcanzar.  Quería pedirle que disminuyera el ritmo, pues ya prácticamente habíamos logrado las 24 horas.  Pero era imposible pedirle a Juan que bajara el ritmo, pues primero tenia que correr yo rápidamente y alcanzarlo.  ¡Que sentimiento!  Sabía que en cuestión de minutos vería las luces de la meta.  Aun así, ese tramo se sentía eternamente largo.  Finalmente llegamos a la meta en 23 horas y 9 minutos.  Después de que Juan me acompaño, logré pasar a más de 60 competidores.  A pesar de que no fue planeado que Juan me acompañara por 64 kilómetros, así resultó.  Ese día, los dos recorrimos la distancia más larga en el historial de cada cual.  Así quedo confirmada la gran habilidad de Juan como corredor.  

Dia previo a Javelina 100 (edición 2014) compatriotas Mexicanos posan para foto.  
De izquierda a derecha: Miguel Lara (Porochi, Chihuahua), Juan Mendez (San Francisco del Oro, Chihuahua), Ramón Chingón (Territorio Apache, Chihuahua), Oswaldo Lopez (Jalisco, México; gran campeón de Badwater, carrera de gran renombre a nivel mundial), Sergio Vidal Alvarez (Tesistan, Jalisco), Arnulfo Quimare Gutierrez (Sorichiqui, Chihuahua), Horacio Estrada Merino (Porochi, Chihuahua), Isidro Quintero Mora (Porochi, Chihuahua)

El Desierto Fué Testigo y El Desierto Nunca Miente. 

566 corredores habíamos empezado juntos en la oscuridad esa edición de Javelina.  Ese año, el gran reto del evento se había devorado a casi la mitad de los competidores de 100 millas.  290 personas logramos terminar y 276 abandonaron el intento.  98 personas logramos terminar en menos de 24 horas.  Gordy –si, el Gordy de 67 años quien en 1974 corrió 100 millas en montaña, empezando así un nuevo deporte- ¡también él terminó Javelina en 2014!  Miguel Lara, él joven corredor Raramuri que ha acaparado la mayoría de los primeros lugares en los últimos ultras en la Sierra Tarahumara, quedó en segundo lugar.  Otro compatriota, el jalisciense Oswaldo López, logró el quinto puesto.  ¡Que orgullo!  Arnulfo consiguió el tercer lugar en la competencia de 100 kilómetros que consistió de 154 participantes.  Yo quedé muy lejos del podio de premios en el lugar 67.  A pesar de eso, el haber terminado 100 millas en menos de 24 horas tuvo sabor a victoria en muchos aspectos.  Aprendí que mi cuerpo puede seguir cuando parezca que no.  Se dice que uno vive toda una vida durante el transcurso de 100 millas y así lo creo.  Ese día viví nervios, entusiasmo, compañerismo, dolor, y triunfo.  Todo en poco más de 23 horas.  Después de haber pasado el dolor (o quizá antes) había ya añorado sentir otra vez esa experiencia de una travesía larga.  Las ultra distancias se pueden convertir en efecto en una adicción mayormente positiva. 

No hay "despedida" hay un "hasta pronto".  Estrechando manos con mi amigo Julio de la Ciudad de México durante la mañana de la culminación de Javelina 2014


Arnulfo Quimare en su recorrido de 100 km, Javelina 2014
Julio se masajea durante un descanso.  Javelina 100, noviembre 2014.
Corredor Raramuri Miguel Lara corre hacia su segundo lugar de la competencia de 100 millas.  Javelina 2014.

Gordy en su recorrido por el desierto de Sonora cerca de Fountain Hills, Arizona.  100 millas de Javelina, 2014.

Gordy.  100 millas de Javelina 2014.
Uno de los muchos con disfraz.

Michael me invitó a un convivio en su casa la noche después de Javelina.  Allí todavía estaban los corredores Tarahumara y una vez más fue agradable convivir con ellos.  El grupo en casa de Michael era relativamente pequeño.  Quizá poco más de 20 personas asistieron y eso resulto en un convivió relajado e intimo.  Para mi gran sorpresa, el fundador de las distancias ultra, el mismo Gordy, estaba allí presente y me toco conversar con él por un par de minutos.  Una vez más de forma increíble me encontraba frente a frente con una gran persona pionera del deporte (“solo en este deporte sucede eso”).

Con "Gordy" Ainsleigh.  Cena despues de Javelina 2014 en casa de Michael y Kimberly.

Después de Javelina, Juan se enfocó en distancias más largas a las que antes había competido.  Solo un par de meses después de Javelina, termino un maratón, algo con lo que él dice haber soñado por muchos años.  Dijo haberse intimidado anteriormente por la distancia de un maratón.  Obviamente Javelina ayudó a que él confirmara su habilidad.  Tomando en cuenta que al maratón de enero del 2015 llegó con una pequeña lesión y que era la carrera más larga de su vida, termino en un muy bien tiempo de 3 horas y 19 minutos.



Con "Gordy" Ainsleigh un dia antes de Javelina 100, 2014


WESTERN STATES ME CIERRA EL OJO

Terminado el evento en Javelina, me ofrecí a transportar a algunas personas extrañas que esperaban a un camión para ser llevadas de un estacionamiento a otro.  Entre esos extraños estaba Marty, uno de muchos corredores que en los últimos años viajan de California a Arizona para correr en Javelina.  Gordy también comúnmente usa Javelina como su carrera que lo califica a Western States.  Al muchos corredores de California parecer usan a Javelina como “trampolín” para poder entrar a la lotería de Western States. Pues Western States requiere que para entrar al sorteo anual, cualquier interesado haya terminado una de las carreras que ellos incluyen como elegibles.  Javelina, quizá es vista como una de las carreras elegibles para el sorteo de Western de menor dificultad, pues aun que el calor es agobiante, el desnivel es menor que otras carreras de 100 millas.  Llama la atención que Javelina se lleva a cabo en veredas que recorren lomas pero no montañas.  

Durante el recorrido de solo unos minutos en el auto con Marty, el me preguntó que si yo iba a solicitar entrada para Western por medio del sorteo, después de todo, el logro en Javelina me permitía entrada a la lotería.  No tuve que pensar en mi respuesta.  Inmediatamente respondí, “No lo sé.  No puedo pensar en eso.  Hace solo un par de horas he terminado la carrera más larga de mi vida y aun estoy procesando eso”.  Marty insistió, “¿Sabes que el periodo de inscripción para la lotería es corto?”.  “Si creo haber escuchado eso”.  Ni de broma podía yo pensar en Western States en ese momento.  Participar en la carrera de 100 millas más legendaria del planeta era mucho digerir para mí.  Marty insistió aun más “¿Sabes que el periodo de inscripción inicia la semana entrante?”.  ¡Que empeño el de él!  Al final del recorrido de solo 5 minutos en auto, había yo decidido llevar la corriente a Marty.  “Bien”, le dije, “Si sortean tu nombre yo te ayudo y si sortean el mío tu lo haces.  ¿De acuerdo?”.  “Claro”, dijo Marty, “yo he ayudado a corredores en Western en el pasado”.  Intercambiamos números telefónicos y cada cual partió a su destino.  “¡Que madre!”, al igual que un comentario de Ryan meses antes se había internado en mi mente en calidad de reto, ahora aparecía otra persona con un reto nuevo y más grande. 

Para Western hay interés de corredores de todo el mundo.  Las probabilidades de ser uno de los elegidos son muy pequeñas.  Para el evento del 2015 era tan grande el número de corredores interesados que cualquiera con un boleto tenía un 4% de probabilidad de ser sorteado(a).  Yo decidí enviar mis datos para el sorteo pero tenia la certeza, en base el 96% de probabilidad en mi contra, de que claramente no sería yo sorteado.  En la lista de los interesados de todo el mundo, habían otros 12 corredores mexicanos soñando con una entrada a Western para el 2015.  En la lista aparecía el nombre de mi nuevo amigo Víctor Batiz con quien había recorrido bastantes millas en Javelina disfrutando su conversación.  Aparecía en la lista también el gran campeón Tarahumara Miguel Lara. De los 13 mexicanos, seguro que por lo menos uno sería sorteado. 

A cada corredor que no es sorteado, Western le da boletos adicionales para los intentos siguientes.  Claro, cada año que alguien desee intentar de nuevo en la lotería debe de igual forma completar una de las competencias elegibles.  Así, después al segundo año después de un intento fallido, proporcionan 2 boletos al interesado para ofrecer una probabilidad más grande de ser sorteado.  El tercer año de intentos fallidos se incrementa a 4 boletos, el cuarto año a 8, y así de forma exponencial los desafortunados llegan hasta números grandes de boletos en la urna.   De esa forma, cada año hay un número de interesados con hasta 32 boletos.  Así es la dificultad que representa ser parte de Western.

El 15 de diciembre del 2014, un mes y medio después de Javelina, el sorteo se llevaría a cabo en la escuela Placer de Auburn, California, lugar donde el evento anual culmina en la meta de las 100 millas.  Se sortearían 270 nombres y los resultados se publicarían en Internet.  Marty ese día condujo 2 horas para presenciar el sorteo en vivo.  ¡Es así tanto el fervor que causa Western States!

El sábado del sorteo yo me encontraba entrenando en montaña junto con cuatro compañeros.  Aunque surgió el tema de que el sorteo se estaba llevando a cabo al momento que estaríamos corriendo, yo no tenia interés en seguir los resultados en vivo.  Al terminar los 25 kilómetros esa mañana, saqué mi celular de la mochila de hidratación.  Había dos mensajes, uno de Marty y otro de Sergio Vidal, corredor jalisciense quien había corrido en Javelina y había también incluido su nombre en el sorteo.  Cada mensaje decía, “felicidades”.  Inmediatamente supe a lo que se referían.  Entre al sitio de Internet del sorteo para de forma inmediata ver mi nombre en la parte más alta de la lista, ¡pues mi boleto había sido el ultimo elegido!  ¡Que increíble!  8 meses y medio antes había empezado a competir en carreras por primera vez en mi vida en aquel evento de 50 kilómetros que no estaba seguro que podía terminar y poco tiempo después me encontraba con mi nombre en la lista de Western States.  Rápido expresé lo obvio, “no tengo miedo a Western, pero si a la preparación que tendré que hacer”.

Western States ha caído de muchas formas como un regalo.  Reconozco que he sido elegido más por suerte y menos por merito propio.  De cualquier forma siento un gran compromiso de representar a mi país, pues fui el único mexicano seleccionado para participar en la siguiente edición de Western.  Los otros 12 compatriotas que se agregaron a la lotería no corrieron con suerte.

Los siguientes 20 países de todos los continentes serán representados en Western States en junio 27 del 2015.  Enseguida del nombre de cada nación aparece él número de representantes de cada cual:

Australia, 3
Canadá, 10
España, 3
Estados Unidos, 340
Finlandia, 1
Francia, 8
Gran Bretaña, 8
Hong Kong, 2
India, 1
Italia, 1
Japón, 2
Lituania, 1
México, 1
Nigeria, 1
Noruega, 1
Polonia, 1
Republica Checa, 1
Sudáfrica, 1
Suiza, 1
Ucrania, 1

388 hombres y mujeres forman la lista para la edición del 2015.  270 corredores entramos por medio de la lotería y el resto fue por otros medios. 


2015; PREPARACIÓN PARA WESTERN STATES

Después de Javelina 2014, Arnulfo ha hecho varios viajes a Arizona y California.  En su viaje a esas carreras, ha pasado por mi casa a saludar.  En una de esas ocasiones le pedí que si me acompañaba como “pacer” en Western.  Para mi sería un gran honor llegar a la meta acompañado de Arnulfo con su vestimenta original.  Inicialmente Arnulfo respondió afirmativamente pero eso no tuvo mucho significado, pues Arnulfo responde positivamente a casi todo.  Después de intercambiar unas cuantas llamadas, me fue claro que Arnulfo no me acompañaría a Western, pues es muy complicado para el hacer el viaje tan largo.  



Revancha.  Ultramaratón Caballo Blanco 2015.  Urique, Chihuahua.

13ra edicion.  2015.

Dos años después de mi abandono de carrera en Urique el 2013, regresé con sed de revancha.  Esta vez armado con conocimiento sobre el deporte y con 19.5 kilogramos menos, llegué a Urique con ansias de comprobarme a mí mismo lo que había avanzado.  Allí me encontré con mi nuevo amigo Víctor de Javelina.  Siempre ha sido agradable saludarlo por mensajes de celular y esta era la primera vez que lo veía desde Javelina.  Desgraciadamente la versión oficial del ultra Caballo Blanco se canceló debido a violencia causada por el narcotráfico en un pueblo vecino por donde pasaría la ruta de la carrera.  


Reacción al aviso de cancelacion de Ultramaratón Caballo Blanco, 2015

Dean (Filipinas), Alfonso (Guerrero), Daniel (Alemania), y Nancy (Chihuahua) también reaccionan al aviso de la cancelacion de la carrera oficial.

El municipio creo una ruta alterna.  La nueva carrera sería de 66 kilómetros y no 80.  En medio del pánico creado por la violencia, algunos participantes decidieron no correr la carrera modificada.  Los corredores con los que yo había llegado a Urique deseaban salir del área de inmediato y yo decidí respetar su decisión y partir con ellos a pesar de que yo tenia el deseo de proseguir con la carrera alterna.  Antes de partir de Urique, decidí a acompañar a Tania, amiga de Víctor en calidad de “pacer” durante la segunda mitad de sus 66 kilómetros.  Víctor habia empezado su viaje de regreso a casa y yo estaba seguro de que Tania aceptaría la compañía.  Sentí yo la responsabilidad de ayudar a Tania a que terminara su logro y por merito propia ella lo logro.  Ella lloró al llegar a la meta y a mí me conmovió, pues me sentí orgulloso de ella a la vez que me gustaba pensar que mi compañía le había ayudado a no bajar las manos.  Entre chistes y platicas profundas, tal como había pasado cuando compartí la vereda con Víctor en Javelina, creo que se había hecho más llevadera la gran tarea.  Hasta la fecha Tania y yo mantenemos contacto.  Existió entonces otro ejemplo de la camaradería que existe entre corredores de montaña y de las amistades que se forman.

Con Tania en el primer recorrido por el pueblo de Urique antes de regresar a las barrancas para despues otra vez entrar a Urique y llegar a la meta.  Saludos comadre!  Echele ganas!!


Urique 2015.  Tania llega a la meta despues de 66 km.  Solo con un poquitin de entusiasmo.  Pues ya saben como son las mujeres.  :o)
En Urique también me reencontré con Rubén, el corredor de Guanajuato a quien había conocido en el mismo lugar 2 años antes.  Fue una sorpresa verlo ya que yo no sabía de antemano que allí estaría él.  Por medio de Rubén conocí a otros corredores incluyendo a Alfonso ("Poncho") del estado de Guerrero y a Guillermo del Distrito Federal.  A ese evento también asistió Arnulfo con su esposa Susana y su hijo Matías.  Conocí también a Arturo y Germán del Distrito Federal, dos amigos que viajaban juntos y con los cuales compartí historias de carreras pasadas.  Recorrí veredas también con Gerardo de Los Mochis, Sinaloa y hablamos de temas variados.  Él me recordó a mí mismo, pues estaba en Urique para que Caballo Blanco fuera su primer carrera al igual que yo lo había intentado. También con él sigo en contacto hasta la fecha.  El reencuentro con antiguas amistades en Urique así como el haber formado otras nuevas eclipso el mal sabor de la cancelación de la carrera oficial.  

Saul (Son.), Diego (Sin.), Gerardo (Sin.), Ramón Chingón (Chih.), y Roberto (Sin.) al frente de la capilla en el poblado de Guadalupe Coronado, municipio de Urique, Chihuahua.

Ramón Chingón con Arnulfo y su familia (hijo Matias y esposa Susana). Urique 2015.

Poncho junto a German Silva, ganador del Maratón de Nueva York por dos años consecutivos en los 90`s.
Ramón Chingón lava ropa en el Río Urique.  2015.
Diego, Poncho, Guillermo, y Gerardo.
Ramón Chingón con Silvino Cubazare, cuñado de Arnulfo Quimare y también gran corredor de ultra distancias.
Al regresar a casa, continué pensando en opciones para acompañantes de “pacer” para Western States.  Recordé la gran química que transmitían Alfonso y Guillermo, a quienes había conocido en Urique e invité a ambos a acompañarme.  Los dos amablemente se mostraron interesados.  Después de varias semanas de planear los detalles, cambios en el trabajo de Guillermo lo obligaron a cancelar sus planes de ser parte de Western.  Fue lastimoso para Guillermo no poder proseguir con el plan.  Alfonso y yo igualmente lamentamos el hecho. 


Poncho y Guillermo (izq. a der.)

Después de haber sido seleccionado para Western por medio del sorteo especial, contacté por redes sociales a Noé Castañón, un viejo lobo de mar y compatriota.  Noé, de Zacatecas, ha sido un ejemplo de corredor ultra para todos los compatriotas mexicanos.  Aparte de Western States, Noé ha sido participe de otras competencias igualmente grandes como Barkley Marathons, Hardrock, y otras.  Aparte ha estado de cerca en otras de igual importancia como lo es Badwater.  Yo no lo conocía de antemano.  Le envié un mensaje felicitándolo por sus logros y pidiendo consejos para Western.  Sin conocerme en persona, Noé se ha portado con gran clase.  Ha accedido a acompañarme a Western States con el grupo de apoyo.  Nunca olvidare sus palabras, “Lo he pensado y si he ayudado a otras personas, porque no he de ayudarte a ti que eres paisano”.  Por primera vez conoceré a Noé durante los días justo antes de Western States y estoy seguro que charlaremos como si nos hubiéramos conocido ya por mucho tiempo.  Ya hemos conversado por teléfono y las pláticas han sido agradables.  Si por alguna razón no tendré el respaldo de Noé, de igual forma yo por siempre recordaré su gran apoyo por el solo hecho de la disposición que ha mostrado. 

A uno de estos dos corredores de montaña todos lo conocen.  Es un viejo lobo de mar... guerrero de mil batallas.  Se llama Noé Castañon.  Al otro en la foto creo que le dicen Kilian.

Regreso al Gran Cañón de Arizona

James T., un amigo quien conocí a principios del 2015 mientras hacíamos trabajo de voluntario en una carrera me contactó en mayo para saludar.  Se escuchaba feliz cuando me compartió que había sido elegido para Leadville 100, otra carrera legendaria de 100 millas en el estado de Colorado en Estados Unidos.  Durante esa conversación platicamos sobre el entrenamiento de cada quien.  Le dije que yo había planeado mi viaje anual al Gran Cañón con unos amigos, pero que se había cancelado.  James sugirió que planeáramos juntos ir a entrenar allí, pues ambos nos beneficiaríamos del entrenamiento para la carrera venidera que ambos tendríamos por separado (Western States y Leadville, respectivamente). 

Fijamos el 15 de mayo como fecha para el viaje al Gran Cañón.  Otros tres amigos habían mostrado interés en ir como grupo.  James T. Estaba empeñado en hacer la travesía en una ruta específica.  Él deseaba hacer un cruce doble del cañón empezando en la orilla sur y llegar hasta lo orilla al norte luego regresar por el mismo trayecto.  Esa ruta esta de moda en tiempos recientes.  Corredores de todo Estados Unidos y de otros países suelen viajar al Gran Cañón en años recientes en olas para hacer ese cruce que al que en ingles se le llama “Rim to Rim to Rim”, R2R2R, ó R3 (orilla a orilla a orilla).  Depende de que vereda se toma en la parte sur del Cañón, la distancia del cruce R3 varia entre 67 y 77 kilómetros (42 / 48 millas).  Inicialmente yo rechacé el plan de R3.  Sinceramente me enfada hacer algo simplemente porque esta de moda.  En secreto, de alguna forma me había prometido a mi mismo que yo nunca haría el cruce R3 como señal de protesta ó boicot. 

R3 a llegado a tal nivel en cuanto a número de participantes que ha creado fricción.  Algunos senderistas que recorren las veredas del Cañón caminando, a veces a paso lento debido a mochilas de expedición pesadas que algunos cargan, han protestado por las acciones de aquellos que corren el trayecto.  Pues ya sea que un corredor se aproxime de espaldas o de frente al senderista, se vuelve incomodo tener que ceder el paso en repetidas ocasiones a los corredores que han creado congestión en el trafico de las veredas debido a la moda de correr en el Cañón.  Yo entiendo la molestia de los senderistas.

Después de pensarlo un poco, acepte recorrer la ruta R3 con James T.  Los otros tres acompañantes harían otra ruta más corta caminando –no corriendo.  Ellos no subirían a la parte norte por diferentes motivos.

Conforme se aproximaba el día del viaje, seguíamos atentamente él pronóstico meteorológico del Cañón.  Cualquier clima desfavorable en el Cañón se convierte en un factor adverso exagerado debido a que cruzar el Gran Cañón es en sí algo de antemano altamente difícil.  El servicio de guarda bosques informa que cada año promedian más de 250 rescates de personas que se internan en el Cañón.  Entre más cercana estaba la fecha del viaje, el pronóstico cambió de mal a peor.  Las ciudades circunvecinas a la parte sur esperaban nevados y había alta probabilidad de lluvias en la parte baja del Cañón. 

Le llamé a James T., “Sabes, quizá sería mejor cambiar la fecha.  De acuerdo al pronostico, es casi seguro que el cruce que de por sí será difícil estará lluvioso.  Si la mayoría en el grupo se empeña en continuar con la misma fecha yo me uno, pero prefiero no ir con ese clima”.  James refutó.  Decía que si íbamos cada quien a seguir con eventos de ultra distancia, que tendríamos que aprender a correr en climas precarios.

El grupo se redujo de 5 personas a 3.  James G., mi amigo de muchos años con quien he compartido muchos viajes anuales al Gran Cañón y muchas otras aventuras en otras montañas y picos, había batallado con un resfrió del cual no se recupero a tiempo.  Aparte él temía que pudiera pasarnos debido al clima adverso pronosticado.  Después de algunos intentos por mi parte de convencerlo a ir, James respondió con un mensaje tajante, “Me encanta tu optimismo pero tengo el presentimiento de que pasará algo malo.  Yo no voy.  No cuenten conmigo”.


James G., mi amigo de muchos años y complice de numerosos viajes anuales al Gran Cañon de Arizona.  Lo que detiene es una bolsa de vino rojo.  Si... le gusta el alcohol, desvelarse, y también faltarle el respeto a las distancias largas a pie.

Carlos, otro amigo que siempre esta dispuesto a afrontar nuevas aventuras también abandonó la embarcación al ver que el recorrido casi de seguro estaría lluvioso.  Su aviso que claramente incluía tono más que diplomático me causo risa, “Va a estar muy frío.  No creo que hacer el recorrido en lo oscuro con frió y posiblemente lluvia sería una actividad que yo pudiera disfrutar”.

Sin James G. ó Carlos, iríamos solo tres: James T., su amigo que le apodan “el salvaje” y yo.  Al “salvaje” jamás antes yo lo había conocido, pero al parecer le apodan así porque al igual que no le temía a la aventura venidera, le encantan las situaciones igualmente precarias.  James G. y el salvaje se habían conocido en ambientes de competencias Ironman y triatlones.  Pensé “En que me he metido”.  Soy un corredor novato y le estoy siguiendo la corriente a uno que le apodan “salvaje” y a otro que le deberían apodar algo similar por razones obvias.  Iría yo, un principiante, con dos viejos lobos de mar a meterme al gran hoyo que es el majestuoso Cañón en donde aun cuando el clima es favorable suceden lesiones igualmente majestuosas con frecuencia e inclusive muertes.  Por si fuera poco, James G. estaba empeñado a iniciar la travesía a media noche para evitar el trafico de personas que transitan las veredas principalmente de día -¡por razones obvias las personas que razonan recorren con luz del día!.

Como juego de ajedrez, y al intentar evitar que yo me viera como cobarde, fabriqué un plan.  Me propuse llegar al Gran Cañón antes que James G. y el salvaje.  Pensé, “cuando ellos lleguen, yo les voy a decir que durante todo el día que yo los esperaba, la lluvia no había cesado”.  De esa manera les sugeriría en ese momento que empezáramos el cruce a la salida del sol y no a la media noche. 


El pueblo de Williams, Arizona se estancó en el tiempo.  Los habitantes denominan al pueblo "la puerta al Gran Cañón", pues se encuentra a solo 45 minutos de allí.
Cuando conduje por la ciudad de Flagstaff, a poco más de 100 kilómetros de la parte sur del Gran Cañón, empezó a nevar.  Esos días se aproximaba un frente poco inusual, pues no es común ver nevados a medios de mayo.  Ya estaba yo formando en la mente el panorama que seguramente viviríamos.  Mi mayor miedo era quedar estancado en la parte baja del Cañón en con hipotermia causada por nieve, lluvia, y viento en la noche oscura.  Allí abajo no hay señal de celular, es un lugar completamente remoto que se impone con sus grandes paredes y sistema de cañones.  El único confort es ver otros humanos transitando  los senderos principales pero de noche ni siquiera eso tendríamos.  Seríamos James G., yo, y nadie más.  El salvaje estaría en otra parte del Cañón caminando, pues dijo que no podía correr hacia abajo porque le afectaban sus rodillas. 

Nieve cerca de Flagstaff, Arizona rumbo al Gran Cañón.  Mayo 2015.

Mientras conducía al Cañón vi en las redes sociales que de coincidencia, un grupo de 6 personas que conozco estaban ya acampando arriba en la parte sur del  Cañón en ese momento.  Al parecer esperaban que el clima mejorara para empezar el descenso.  Su plan también era recorrer R3.

Al llegar al Cañón, inmediatamente me dirigí a uno de los puntos donde uno se puede parar en la orilla.  Para mí, el panorama del Gran Cañón cada vez es tan bonito, imponente y majestuoso como la primera vez.  Fue predeciblemente agradable reencontrarme con el Cañón, un viejo amigo.  En ese momento no se lograba ver la parte norte del Cañón, pues una neblina cubría el ambiente mientras una lluvia ligera pero constante caía. 

Una capa de niebla cubre el Gran Cañón.  Mayo 2015.

Diariamente, turistas descienden al Cañón.  La mayoria recorren solo un tramo para despues regresar y otros pocos llegan hasta el fondo donde se encuentra el río.  El Cañon es tan inmenso que en esta foto no se aprecia el fondo, sino solo un suelo "falso", pues lo que se ve en esta foto como parte baja es en realidad solo lo alto de otro descenso.  Pareciera que hay un cañón dentro de otro.


Fauna silvestre abunda en la cima del Gran Cañon.  Aqui un alce se pasea cerca de la carretera en la orilla sur del Cañón.
Después pasé por el campamento de los amigos que se encontraban allí de coincidencia.  Amber, Matt, Lisa, Kathi, Jeff, y Laurie se preparaban para dormir en tiendas de campaña y dentro de autos.  Era agradable ver caras conocidas mientras me encontraba en un lugar que ya a esas instancias estaba oscuro y frió.  Cinco de ese grupo de seis planeaban empezar el cruce R3 en cuanto saliera el sol por la ruta de 67 kilómetros.  

Después de unos minutos de conversar con los seis que se encontraban acampando, regresé a mi auto.  Ellos se preparaban para ir a dormir.  Gradualmente, mi ansiedad se incrementaba.  El único lugar confortante era mi auto.  Fuera del auto había un ambiente solemne causado por su oscuridad, temperatura baja, viento, y una lluvia persistente.   Aparte me encontraba yo algo desconectado del mundo, pues mi celular no tenía señal para llamadas o Internet debido a la zona remota.  Por suerte si podía enviar y recibir mensajes escritos.  A pesar de que se encuentran algunos hoteles en la parte sur, en la noche nadie se encontraba afuera y eso se agregaba al ambiente poco amigable.  Los pensamientos negativos me ganaban.  Aun estando adentro de mi auto me sentía inseguro y victima de la naturaleza.  Entonces me costaba trabajo imaginar como me sentiría en la vereda en medio de un reto grande recorriendo una gran distancia con lodo, lluvia, frió, y oscuridad. 

Seguí esperando el arribo de James T. y el salvaje por unas horas mientras escuchaba la única estación de radio que se captaba.  Estaba seguro de mi plan.  Al llegar James y el salvaje, yo los convencería de empezar a la salida del sol.  Después de las 9 de la noche un auto se estaciono a aproximadamente 20 metros de mí.  Cinco o seis personas descendieron del auto.  Sus lámparas de cabeza resaltaban de gran forma debido al abismo de oscuridad que prevalecía allí. Bajé la ventanilla derecha para tratar de escuchar lo que decían.  De inmediato me fue claro de que se preparaban a descender el Cañón.  El hecho de que alguien más estaba descendiendo de noche me brindaba algo de paz a pesar de que no equivalía garantía de que a nadie le pasaría una tragedia.   Saber que habría otros seres dentro de ese gran hoyo era confortante. 

Al llegar James y el salvaje a la media noche, me encontré sin alguna razón para no descender, pues como por arte de magia, la lluvia y el viento habían cesado unos minutos antes de que ellos llegaran.  Sin perder menos tiempo, así sin estiramiento y solo después de que James me presento al salvaje empezamos a descender.  Antes de empezar a subir el ritmo corriendo, James y yo nos despedimos del salvaje que iría caminando.  Pronto nos vimos beneficiados de los cambios de condiciones que ofrece el Cañón ofrece gracias a sus microclimas. En menos de cinco minutos sentimos la necesidad de quitarnos las chamarras.  Las paredes del Cañón nos resguardaban del frió de la cima y el movimiento del cuerpo también nos había ayudado a eliminar cualquier frió.  James y yo platicábamos bastante durante esos primeros kilómetros.  En poco menos de dos horas ya nos encontrábamos en la parte más baja del Cañón.  Mientras atravesábamos el puente, sentíamos y escuchábamos la grandeza del Colorado.  Es tan grande, que en algunas secciones incluye rápidos dignos de ser representados en calendarios y postales.  Debido a la oscuridad total de ese momento, no veíamos el río, pero aun así sentíamos su presencia.

Después del cruzar el río empezamos a ascender gradualmente hacia la orilla norte que se encuentra a 22.5 kilómetros del río.  A pesar de haber visitado el Gran Cañón en muchas ocasiones anteriores, nunca antes había yo recorrido esa parte norte del río.  Era extraño estar en una parte nueva sin poder ver mucho debido a la oscuridad de la noche.  Sin embargo yo no me encontraba allí para tomar fotos y conocer secciones nuevas del Cañón.  Me encontraba bastante enfocado en cuidar de mi cuerpo con hidratación, comida, y un ritmo llevadero, pues quería hacer todo lo posible para evitar desplomarme durante el trayecto de ese día.  Sería un día de muchas horas de esfuerzo y en ese punto no alcanzábamos aun la parte media del cruce doble.  Hasta ese momento, habíamos visto solo a una persona en la vereda.  Una mujer sola transitaba en sentido contrario al nuestro.  Que valentía.  A las cinco de la madrugada cuando empezaba a aclarecer el cielo todavía nos encontrábamos ascendiendo hacia la parte norte.   La luz reveló un nevado completo en la parte norte.  La vista era muy agradable después de haber recorrido varias horas en la oscuridad.  Poco a poco la vereda se inclino más conforme nos acercábamos a la cima norte.  Ese fin de semana era el primero de la temporada que el nivel de nieve había permitido que se abriese la carretera al publico de esa orilla.  De esa forma, en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos con un trafico constante de personas que descendían caminando de norte a sur.  En las secciones estrechas de la vereda se convertía un embotellamiento que  nos causaba disminuir el ritmo.

Al llegar a la parte norte nos dio la bienvenida inmediata el frío de la nieve.  Las chamarras ligeras que cargábamos y que una vez más usábamos no eran suficiente para soportar las bajas temperaturas.  Llenamos las botellas de agua y pronto descendimos con rumbo de regreso al sur.  A pesar del cansancio, estábamos decididos a dejar el frío atrás.


James aceleró el paso en el descenso.  Después de unos minutos de dije que yo iba a bajar el ritmo, pues algo pasaba con mi pisada en los trozos de madera que estaban en la vereda como escalones.  Mis pantorrillas claramente estaban trabajando de más y sentía como si estuviera empujando pesas con ellas y cada vez se desgastaban más.  Nos faltaba todavía mucho para llegar al río donde por segunda vez iniciaríamos otro ascenso y lo último que deseaba era llegar allí con las pantorrillas a tope o lesionadas.  James insistió en que me pusiera sus mallas de compresión, pues estaba seguro de que el soporte ayudaría al desgaste que me aquejaba en ese momento.  Esa acción fue certera, sentí alivio inmediato pero a la vez era evidente que había quedado un desgaste muscular en ambas piernas.  Poco antes de llegar a Phantom Ranch, un campamento que se encuentra antes del río, James empezó a pedir descansos y caminar.  Al parecer estaba sintiendo ya el cansancio acumulativo.  A esa hora había bastante actividad en Phantom Ranch.  Personas que habían descendido de ambas orillas del Cañón cruzaban esa sección.  En el pequeño restaurante de Phantom Ranch que ofrece una variedad limitada de víveres compré vasos de limonada y juntos bebimos mientras James se recuperaba.  Al cruzar el puente vimos unos balseros estacionados al lado del río.  Era una vista pintoresca.  Poco después de empezar el ascenso después del río, James se beneficiaba ya de un segundo aire y presionó el ritmo.  Al ver que ahora yo me empezaba a sentir sin energía, james amablemente disminuyo su paso.   

La seccion del Gran Cañon denominada Tornillo del Diablo (Devil's Screw) ascendiendo por vereda "Bright Angel" hacia la cima.  El ascenso/descenso al río es tan grande que aqui se aprecia solo una seccion del recorrido hacia la cima.

James T. recorre la vereda despues del puente de regreso hacía la parte norte del Cañón.  El Río Colorado se aprecia a mano derecha.

Balseros descansando en el Río Colorado


El ascenso a la parte norte fue sin duda lo más duro del trayecto, pues se había acumulado el cansancio de haber recorrido ya aproximadamente 70 kilómetros, la desvelada, y el calor.  Alternábamos en episodios de cansancio, una vez más James pediría descanso para hacerlo yo unos kilómetros después.  Nuestro ritmo había sido reducido a caminar, pues la cuesta arriba a esas instancias impedía correr.   

Uno de los dos tuneles de roca en la vereda "Bright Angel" del Gran Cañón.


Se siente una gran impotencia ver la cima y sentir que uno avanza muy lentamente.  Me empezaba a inundar la sensación de que el trayecto nunca acabaría.  Ya hacia un par de horas que había dejado de ser una actividad placentera y en mi mente se había convertido en una marcha de sobre vivencia.  De forma inmediata mi animo se elevo al ver que a aproximadamente un kilómetro se encontraba un arco de roca sobre la vereda.  Recordaba yo bien esa sección.  ¡Estábamos por fin a punto de llegar a la cima!  ¡Sabia yo bien que ese arco estaba cerca de la orilla norte!  Usando la poca reserva de energía apreté el paso para correr y terminar ya eso que parecía una muerte lenta y James me siguió el ritmo.  Respirando agitadamente nos aproximamos al arco de roca solo para ver que no era la cima.  ¡Que desilusión!  Me había confundido, pues había dos arcos!  El arco cerca de la cima estaba todavía a dos o tres kilómetros más.  Arrojé palabras coloridas.  Estaba molesto.  No conmigo pero con el Cañón mismo!  Por primera vez me senté.  Ya no quería más.  Si acaso hubiese otra manera de regresar a la orilla, seguro que allí hubiera abandonado todo pero la única manera de terminar ese martirio era continuando cuesta arriba.  Después de un breve minuto me reconstruí mis ánimos y continuamos.  Llegamos arriba y con un abrazo sudoroso, polviento, y fraternal nos felicitamos uno al otro.  Increíblemente el clima nunca fue factor adverso de forma significativa.  13 horas y 56 minutos después habíamos regresado al punto donde una noche antes habíamos iniciado el recorrido. 

Ambas pantorrillas renegaban de inmediato.  Por una semana completa caminaba con mucho dolor. 

Mayo 2015 después del doble cruce del Gran Cañon.  James G. a mi derecha, "el salvaje" a mi izquierda.
(el de abajo deteniendo el microfono es un "colado".  Mientras cantaba con microfono libre decidio unirse a la foto)



Reconocimiento de Ruta de Western States, mayo 23-24, 2015

Western States cada año organiza recorridos en grupo por la ruta de la competencia.  En febrero se reconocieron las primeras 30 millas y lamentablemente no fui, pues no parecía que valía la pena hacer un viaje largo para ir a recorrer solo una sección.  Por fortuna, había decidido ir al segundo fin de semana de reconocimiento a finales de mayo.  Durante 3 días, en un fin de semana se recorren las ultimas 72 millas (115 Km.) de la ruta de 100. 

Viajé a California menos de una semana después de haber hecho el doble cruce del Gran Cañón de Arizona y todavía con las pantorrillas adoloridas y la sensación de que con cualquier esfuerzo adicional se podía convertir en lesión.  Me sentía verdaderamente preocupado y a la vez arrepentido de lo que parecía haber sido una decisión negligente.  Había recorrido 50 millas con gran desnivel en el Cañón y una semana después me disponía a correr 72 en tres días.  Que estupidez.  De cualquier forma llegué un jueves con emoción a Foresthill, un pueblo pequeño en zona boscosa que se encuentra justo sobre la ruta de la carrera.  Allí en Foresthill el sábado a primera hora nos reuniríamos unos 300 corredores que nos habíamos inscrito al recorrido en grupo que Western organiza con límite de cupo.  



Diana Cazadora de tamaño gigante en el pueblo de Auburn, California.


Inmediatamente en las afueras de Auburn, California, se requiere cruzar el puente Foresthill, el más alto del estado de California.  Asi sin espera, la Sierra Nevada da la bienvenida al visitante dando aviso de su terreno con altibajos.  Pues se requiere de construir "el puente más alto" para atravezar el primer cañon en auto.
El puente Foresthill es tan alto que no fue posible tomar foto de lo más alto y lo más bajo en una sola imagen. Aqui no se logra percibir el río donde los pilares del puente tocan el fondo del cañón.

Una parte de este poste dice "si hay esperanza" y otro señalamiento indica como marcar para comunicarse con una linea de intervencion en casos de crisis.  Pues evidentemente a más de una persona se le ha ocurrido suicidarse brincando del puente.

De inmediato se aprecia la belleza del Bosque Lake Tahoe con cañones cubiertos por pinos que se observan desde la autopista hacia Foresthill.  Después de cruzar por Sacramento, la capital del estado de California, se encuentra Auburn, lugar de la meta de Western States.  Como puerta de entrada a la Sierra Nevada, justo afuera de la ciudad de Auburn se encuentra un puente grandioso que permite a los autos internarse a lo remoto de la sierra.  El puente tiene un anuncio que declara es el puente más alto del estado de California.  El puente gigante y las vistas hacia los cañones de la sierra ya empezaban a envolverme en un ambiente de energía mágica y única de forma inmediata.  Me propuse encontrar un lugar cerca de Foresthill para acampar.  Antes de partir de casa tenia la certeza de que abundarían campamentos al aire libre, pues la imagen satelital mostraba que Foresthill se encontraba dentro de un área boscosa basta por cientos de kilómetros a la redonda. 

De un cañon a otro.  Aqui se aprecia que en la parte lejana hay otra carretera del otro lado de un cañón.
Conduje a los alrededores del pueblo con la prisa de evitar la caída del sol.  Bajé por un cañón, atravesé un río y subí por otro cañón al otro lado del río solo para encontrarme que por ningún lado se veía señalamiento de campamentos.  En mi empeño por seguir buscando un campamento, me había alejado demasiado de Foresthill.  Tenia que hacer una decisión rápida.  Ya se había oscurecido.  No era practico regresar hacia Foresthill, pues no había garantía que en cualquier otra carretera habría un campamento.   En casi una hora de recorrido conduciendo había visto a muy poca gente.  Era evidente que me había internado en una área remota y despoblada.  La única señal de vida que había visto en el largo recorrido era una pareja en día de campo al lado del río, y dos motos que descendían en dirección opuesta el cañón al que yo subía.   La única estación de radio disponible por suerte era de música en español.  Era bastante agradable escuchar mi idioma de casa estando lejos de ella.  Allí en el bosque mi celular había dejado de recibir cualquier señal.  No tenía acceso a llamadas, mensajes, ni Internet.  Si acaso yo me encontraba en un área de vándalos, no lo sabia, pues nunca antes en mi vida había estado en esa parte del mundo.  

El bosque Tahoe cerca del pueblo de Foresthill esta rodeado por vistas panoramicas

Una de las muchas carreteras que son cubiertas casi completamente por sombra.  La vegetacion abunda entre los arboles.
Vista panoramica de la Sierra Nevada

¡En el bosque Tahoe también abundan piñas gigantescas!
Había razón para pensar que quizás había entrado a una región poco segura, pues los escasos señalamientos de trafico estaban agujerados claramente por balas.  Se percibía que era una región de caza.  Desde que cruce Foresthill capte el tipo de cultura que habita esa zona.  Existe en zonas rurales de Estados Unidos una subcultura llamada “Rednecks” ó "Hillbillies", personas rudas, aficionados de la caza, vestimenta de leñadores, y con ideología en contra del gobierno y de culturas que no sean de descendencia angla.  Desde Auburn había visto un par de pancartas con temas en contra del gobierno.  En Foresthill abundaban los autos de doble tracción y vi un anuncio enfrente de una casa donde se ofrecían servicios de corte y empaque de carnes claramente dirigido a los cazadores que allí abundan.  

Cartucho vacío de escopeta.  Uno de los muchos que se pueden encontrar en la zona.

Daño por arma de fuego

Cientos de cartuchos de escopeta en la parte alta del area de "los cañones".

Al frente de una residencia de Foresthill un anuncio ofrece servicios para corte de carne.  El deporte de la caza se percibe por todos lados.


Casa abandonada cerca de Michigan Bluff, California.
Me orillé de la carretera a un lugar que parecía iba a ser aceptable para estacionarme y acampar.  Empezó a caer un llovizno ligero pero constante.  Estaba cansado y eso prevenía preocuparme de que me pudiera pasar allí en lo oscuro, despoblado y remoto.  Aunque cargaba una tienda de campaña, decidí dormir en al auto, así ni la lluvia ni cualquier oso me molestaría.  La música en español me confortaba, pero no podía correr el riesgo de que la carga de batería del auto se acabara.  Apague el radio y me acosté.  No había luz de la luna.  Lo único que alumbraba eran las estrellas.  El ambiente era sereno y a la vez macabro para mí, un hombre de urbe.  Hacia menos de una semana que me había encontrado con una situación parecida mientras con frío en una noche oscura dentro de mi auto esperaba la media noche para descender al Gran Cañón.  La similitud era demasiado parecida, sin embargo no era menos desagradable.  De manera sorpresiva me dormí pronto, y solo desperté una vez con ganas de orinar.  Escogí orinar en una taza de cartón vacía y no así la valentía de salir en lo oscuro y ser atacado por un oso.  Seguro que no había peligro, pero yo que soy de ciudad  soy aquejado por la imaginación e ignorancia de alguien que desconoce la naturaleza.

El lugar elegido para dormir la primera noche

Absolutamente ninguna señal de civilización por muchos kilometros a la redonda
Al día siguiente, desperté para otra vez ver la vista maravillosa del bosque con cañones completamente cubiertos por el verde de los pinos.  Me levanté, regresé a Foresthill, me reabastecí de hielo y agua y luego encontré un lugar más cercano para acampar en el bosque la noche siguiente. 

 
Mientras conducía por la única carretera que cruza Foresthill me robo la atención un letrero que nombraba a la histórica vereda “Western States” por donde recorre la carrera del mismo nombre.  No pude evitar el entusiasmo.  5 meses después de haber sido sorteado para participar en Western States había yo pasado un sin numero de horas viendo imágenes de la vereda en Internet y en mi imaginación y por fin estaba allí en persona.  Sin pensarlo, salí de la carretera principal y seguí los señalamientos para llegar a la vereda de Western.  Pronto llegué al pueblo de Michigan Bluff.  El nombre del pueblo me es bastante familiar, pues allí erigen uno de los puestos de abastecimientos, es aproximadamente el punto medio del recorrido de 100 millas.  Todavía con dolor en las pantorrillas, a un día antes del primer día de reconocimiento decidí bajar del auto con una botella de agua y rápidamente entrar a la vereda para por fin estar en la ruta de Western.  Me dirigía de oeste a este en la vereda, en dirección opuesta a la carrera.  La vereda descendía cada vez más sin variar la cuesta.  Era solo bajada.  Que pavor sentí en ese momento, pues deduje que toda la ruta sería cuesta arriba.   ¿Cómo podía ser que al haber escogido una sección al azar estaba yo descendiendo?  Lo grave era que en el día de la carrera sería ir solo en ascenso, pues sería dirección opuesta a la que en ese momento caminaba.  En caso de que hiciera el día de la competencia al lado, de igual forma me preocupaba que ambas pantorrillas me dolían en descenso y al día siguiente iba a ascender la misma sección para un total de 32 millas (50 km) durante el primer día de reconocimiento en grupo.  Después de media hora decidí regresar al auto (cuesta arriba).  Inmediatamente deseaba repasar el perfil de la ruta.  Quería ver la altimetrita de la sección que acababa de recorrer, el primer segmento que jamás yo antes había visto.  El problema era que de inmediato no podía ver el perfil, pues no tenia acceso a Internet mientras estaba allí en la sierra. Más tarde conduje a Auburn donde ya con conexión de Internet pude ver el perfil de la ruta.  Para mi alivio, vi que la sección que había recorrido era una de las dos más inclinadas en la ruta.  Respiré mejor al saber que no toda la ruta tenia ese tipo de dificultad.  

Vereda "Western States" descendiendo a uno de los dos cañónes cerca del pueblo Michigan Bluff.

A la mañana siguiente llegué a Foresthill para iniciar el primer día de reconocimiento de ruta en grupo.  Llegue a las seis de la mañana, una hora antes de lo requerido.  Paulatinamente crecía el grupo de personas.  Se esperaban 300 corredores que se habían inscrito al entrenamiento. 

En varios autobuses escolares nos transportaron al lugar de la milla 30 de la carrera para recorrer 32 y llegar a Michigan Bluff.  Durante el recorrido se sentaba a mi lado un corredor de Texas.  No recuerdo su nombre.  Explico que cada año repetía el mismo itinerario: se dirigía a California para participar en las corridas de grupo de Western para después ir a Las Vegas a un torneo de billar.  No se requiere ser uno de los participantes de la carrera para inscribirse y ser parte dl recorrido organizado en mayo de cada año.  Ese hombre tejano, al igual que muchos de los 300 corredores de esos días asistían solo para en cierta forma ser parte de Western States y el entusiasmo se percibe por todos lados. La fiebre de Western se percibe en los habitantes de Auburn, Foresthill, y todas las áreas que rodean la ruta de la carrera.


Los corredores esperan abordar los autobuses durante el primer dia de reconocimiento de ruta en grupo.

Primer día de reconocimiento de ruta Western States en grupo.  Mayo 2015.


De milla 32 a 64 en la vereda Western States.  Mayo 2015.  Reconocimiento de ruta en grupo.

En la seccion de los cañones.  Reconocimiento de ruta en grupo.  Mayo 2015.

Ese sábado del primer día de recorrido me desperté con mucho menos dolor en las pantorrillas. Sin embargo la preocupación continuaba.  Lógicamente no estaba totalmente recuperado del recorrido largo del fin de semana anterior.  Cautelosamente corrí absorbiendo las vistas increíbles del bosque.  La mañana estaba cubierta por neblina y el horizonte cambiante regalaba un sentimiento de libertad y contacto intimo con la naturaleza.  Me forzaba a agradecer la fortuna de poder vivir una aventura más de esa calidad.  Durante el recorrido me recordaba constantemente que no era una competencia, tenia que enfocarme en simplemente recorrer esa sección y estar físicamente bien para los otros dos días de recorrer distancias largas.  Ese día recorrimos las dos partes de mayor dificultad de toda la ruta de 100 millas.  A esos dos tramos colectivamente se le llaman “los cañones”.  A la primer sección difícil le llaman “Devil’s Thumb” (el dedo del diablo) porque en el perfil altimétrico aparece un ascenso grande seguido por un descenso igualmente pronunciado formando así la figura de un dedo.  Durante la competencia, esa sección que requiere más esfuerzo por su cuesta se vuelve aun más difícil por el calor de junio que cada año se atrapa en el cañón adyacente.  Después de unas horas llegamos al pueblo de Michigan Bluff que ya era para mi una vista familiar, pues había estado allí un día antes.  Esa sensación que se presenta al ver un lugar familiar es precisamente el beneficio principal de reconocer una ruta antes de una competencia.  Es un gran alivio llegar a una carrera y ver que lo alrededor es familiar.  Por lo contrario, es muy desgastante no haber recorrido la ruta de una carrera y solo adivinar que se aproxima.

En Foresthill, donde cada persona regresaría a su auto valido por sus propios pies, los organizadores cocinaban sándwiches al aire libre para alimentar a los corredores cansados. 

Durante el día había nubes que se oscurecían.  Una hora después de haber regresado a mi carro -32 millas del punto donde los autobuses nos habían dejado-, conducía de regreso al área que había encontrado para acampar cuando llegando a Foresthill vi algo que no me espere.  ¡Gordy iba llegando a Foresthill del mismo entrenamiento!  Por impulso baje la ventanilla derecha, y grité “Go, Gordy!”.  No tenia idea yo que él había ido a esa corrida en grupo.  Amablemente Gordy levantó su mano derecha con la que detenía una botella con agua como señal de que me escuchó.  


Gordy llegando al punto final del entrenamiento del primer dia.  32 millas.  Foresthill, California.  Mayo 2015.



Que interesante haber visto la figura tan singular de Gordy, un señor mayor y barbón que acostumbra correr sin camisa.  Segundos después de ver a Gordy llegando a Foresthill empezó a llover y luego a granizar.  Una pareja de corredores me pidió el alto.  No era necesario que me dijeran que requerían, pues había visto yo como un trueno fuerte les causo que reaccionaran agachándose inmediatamente.  Necesitaban transporte a la meta de ese día.  Los llevé las pocas cuadras al punto final en Foresthill.  Durante el breve recorrido, la dama que se presento como Dana y que era acompañada por Jeff me agradeció en repetidas ocasiones antes de mencionar que su mamá correría en Western y que ellos dos la acompañarían como “pacers”.  Que alivio saber que yo había terminado de esa lluvia que empezaba.


Una de las muchas vistas desde le vereda de Western States
Al siguiente día, otra vez cientos de corredores nos presentamos en Foresthill por la mañana.  Ese día era para un recorrido de 18 millas alejándonos de Foresthill y en el punto final nos esperarían los autobuses para regresarnos a Foresthill.  Craig Thornley, el director actual de la carrera competencia, hacia un juego de preguntas con un micrófono.  Toda pregunta era sobre datos relacionados con la carrera.  “¿En que año se construyó el puente ‘no hands’?”, ”¿Cuál es el tiempo más veloz que jamás alguien haya recorrido de Cal Street a Green Gate?”.  Que increíble que había más de una persona que contestaba acertadamente a detalles aparentemente tan difíciles de recordar.  Sin duda ese hecho confirmaba que la fiebre de Western forma parte de las vidas de muchos aficionados de tal forma que devoran toda información relevante.  Al finalizar el juego de preguntas, Craig nos sorprendió a los presentes al anunciar que en el primer puesto de abastecimiento de la sección de ese dia nos encontraríamos a dos de los grandes de Western: Ann Trason y Tim Twietmeyer quienes de forma increíble se encontraban allí como voluntarios. 

Ann Trason es considerada por muchos la más grande de las mujeres de todos los tiempos en el ámbito de los ultra maratones de campo traviesa. Ann rompió 20 marcas mundiales durante su carrera.  En sus primeras dos participaciones en Western States, Ann no logro llegar a la meta.  Su primer intento fue frustrado por una lesión y su segundo por deshidratación.  Después de esos dos intentos, Ann regreso a Western por muchos años y con gran éxito.  Ella Logró el primer lugar femenil en 14 ocasiones y a su paso impuso un tiempo record! 

Tim Twietmeyer es otro gran corredor de ultra distancias igualmente exitoso en ciclismo, golf, y natación.  Tim logró en 5 ocasiones el primer lugar en Western States.  Aun más, en 25 ocasiones termino la competencia en menos de 24 horas -¡un logro que no ha podido ser igualado hasta la fecha!

Durante esa mañana del segundo día de correr en grupo se veían los estragos de la batalla campal del día anterior.  Algunas personas caminaban con obvio dolor y otros con vendajes.  Cualquier dolor mínimo o cansancio que yo sentía se convirtió pasó a segundo termino cuando supe que me dirigía a conocer a dos de los grandes.  La sección del segundo día ofrecía un panorama poco diferente a tipo de terreno que recorrimos el primer día, no así menos panorámico.  En cuanto menos pensé, después de ascender una breve cuesta de la vereda, se asomó el primer puesto de abastecimiento.  De forma impulsiva, pregunté a Tim “Eres Twietmeyer?”.  Tonto.  “Lo había llamado por su apellido sin pensarlo!  De seguro que mi acción se vio mal.  A pesar de quizá sorprenderlo con mi pregunta, él amablemente accedió a tomarse una foto conmigo.  Me imagino que ha tenido otros encuentros peores con personas igualmente halagadas con su presencia y que han actuado de forma extraña.  A unos metros estaba Ann atendiendo a los corredores que pasaban.  No vi que alguien pidiera foto a Tim o Ann antes que yo lo hiciera.  Quizá no querían molestar o quizá no se habían tomado el tiempo de haberlos visto en Internet como yo lo había hecho y por esa razón quizá no reconocían a cada cual.  Me importaba poco lo que los demás corredores hacían.  Mejore mi imagen tratando de corregir la torpeza que había pasado con Tim y de la forma más amable posible me dirigí a Ann quien se conoce por ser una persona extremadamente sencilla, amable y quien huye a la prensa y al tema de sus grandes logros, “Perdón si molesto, pero no puedo pasar la oportunidad de pedir una foto conmigo”.  De forma tímida pero positiva, Ann accedió e incluso puso su mano en mi espalda posando para la foto.  Hice mi mejor esfuerzo para no hablar de más pero no pude evitar decirle “sabe, es posible que un amigo Tarahumara me acompañe en Western”.  Entre la comunidad de corredores ultra es bastante conocida la rivalidad que supuestamente Ann tuvo con corredores Tarahumaras a los que supuestamente ella los veía como machistas; hombres que le daban poco valor a la mujer.  ¿Había yo metido la pata al tratar de recordarle de sus grandes competencias?  “Que bien”, respondió, “envíame la foto, este es mi dirección de correo electrónico”.  Sin molestarla más, continué corriendo y a los pocos pasos pensé “¿qué foto pidió? ¿De mi amigo Tarahumara ó la que se acaba de tomar conmigo?  Claro que no iba a regresarme para seguramente decir otra tontería.  Mejor continué.  Pensé que después le enviaría una de cada una cuando llegara a casa. 



Con la corredora legendaria Ann Trason, dueña de multiples marcas mundiales.

Con Tim Twietmeyer quien en 25 ocasiones completó carrera Western States en menos de 24 horas (un record) y en 5 de esas llegó en primer lugar.
Por supuesto que la gran emoción de haber conocido a Ann Trason y Tim Twietmeyer y de haberme tomado fotos con ellos unos segundos antes me propulso a correr más rápido durante un par de kilómetros.  Una vez más pensé en lo que ya se ha convertido en cliché:  “solo en este deporte sucede esto”.

El resto del segundo día de entrenamiento en la vereda de Western transcurrió sin alguna otra novedad con excepción de la llegada al final, pues en la parada de los autobuses los organizadores otra vez cocinaban para los corredores que llegaban poco a poco.  Ese día tocó hamburguesas.  Ya se estaba convirtiendo en algo especial llegar al destino diario para comer lo que sabia a gloria después de recorrer lo pesado de la sierra.


Los Monstruos del Masage ("Monsters of Massage") ofrecen sus servicios a corredores.
Ese mismo día en un cine antiguo de Auburn presentaban una serie de documentales relacionados con las carreras ultra de montaña.  Antes de partir de mi casa a ese viaje ya había comprado mi boleto.  Había dudado en hacerlo, pues no sabia si estaría muy cansado para una función de cine o si ir al cine a las 8 de la noche causaría que no me durmiese lo suficientemente temprano para descansar y estar listo el tercer y ultimo día.  Ese día –un domingo- reserve un cuarto de hotel, pues quería un baño caliente y ya no una ducha a medias en un rió.  Después de bañarme y mientras veía el partido de semifinal de mi equipo preferido de fútbol, las Chivas de Guadalajara, sentía que sería mejor quedarme en la habitación y descansar.  A menos de una hora del comienzo de la función decidí abandonar el partido e ir al cine.  Fue buena idea.  La función incluyo aproximadamente 10 documentales cortos con contenido bastante motivador al ver el sin numero de personajes que en la pantalla compartían su historia sobre las ultra distancias.  Durante la intermisión, salí de la sala de cine para tomar aire.  Allí afuera estaba un auto con una placa que decía, “RUN4AMA”.  “Sería que significaba “Corro por mamá?”.  Me pareció interesante y claro que me recordó a mi mamá a quien yo le decía “ama” por pereza o broma.  No soy supersticioso ni mucho menos, pero el detalle de la placa me pareció simbólico.  Al regresar a la sala de cine, por micrófono anunciaban una tragedia.  Dave Mackey, un corredor profesional de montaña había sufrido un terrible accidente durante un recorrido en una montaña de Colorado.  Él había caído de una cima y sobre una de sus piernas quedó una roca de más de 100 kilos de peso.  El anunciante pedía que grabáramos un mensaje en video para enviar a Dave como señal de apoyo.  Dave sobrevivió la caída y permanecería hospitalizado por varios días después de haber sido asistido por un equipo especial de rescate. Sus fracturas múltiples requirieron de varias cirugías.  La desgracia de Dave era un sobrio recordatorio del riesgo que acompaña al deporte de correr por montañas.  Sentí de cerca la desgracia.  Dave no era para mi solo un nombre.  Recuerdo haber estado en una carrera acompañando a mi amigo Rosendo unos meses antes.  En esa carrera, Dave, de 47 años, logro un segundo lugar.  El segundo puesto de esa carrera le había servido a Dave como boleto para Western.  Resaltaba el hecho que el primer lugar –un joven de 19 años- era 18 años más joven que Dave!  Obviamente Dave no podrá participar en Western States este año pero afortunadamente había sobrevivido.

Al final de la función, dos mujeres mayores que se sentaban a mi lado me preguntaron que si yo estaba allí para los recorridos de Western ese fin de semana.  ¿Cómo lo supieron? Quizá los foráneos resaltamos de forma clara.  No lo se, pero me dijeron que vivían en Auburn y que el día de la carrera quizá asistirían a la meta y que me alentarían al verme correr.  Que buen detalle.  Ellas dos se agregaban a otros cuantas personas que yo había conocido ese fin de semana y que habían dicho que serían voluntarios en algunos de los 20 puestos de abastecimiento que habrán el día de la carrera y quienes recitaban la misma frase “cuando te vea en la carrera, aplaudiré por ti”.  Después de la función busque al auto con la placa que decía, “RUN4AMA”.  Quería tomar foto de la placa, pero el auto ya se había ido.  Ni modo. 

State Theatre, sala de cine en Auburn, California.


Sala de cine en Auburn, California.
                                                                                       
Para el tercer y ultimo día, el punto de encuentro inicial fue donde el día de la competencia estará la meta, la pista de correr en la escuela Placer High School de Auburn.  De allí, unos autobuses nos transportaron a la milla 82 para así correr las últimas 18 millas de la ruta de Western.

En el autobús, el compañero de asiento se notaba bastante efusivo.  Completamente lleno de energía me daba datos sobre la carrera mientras veía hacia fuera por la ventana.  “Mira, este es el cruce de la autopista 94 donde cruzan los corredores el día de la carrera”.  Continuaba sin cesar mencionando lo que había pasado en las competencias pasadas, inclusive haciendo referencia al año exacto.  Por más de 15 minutos el tipo habló sin cesar.  Yo solo movía mi cabeza en señal afirmativa a todo lo que él compartía.  Todo lo que hablaba era sobre Western States y muchos datos más sobre el área que atravesábamos en autobús.  El nunca había competido en Western y este año tampoco lo haría, era claro que él era uno de los muchos corredores que esos días compartían la vereda con otros para sentirse parte de Western.  Durante su larga platica apunto a la mujer que estaba sentada al frente de mí y dijo, “su mamá va a competir este año”.  Entonces si le pedí la palabra, “Ella se llama Dana?”.  “Sí”.  “¿Y tu eres Jeff?”.  “Sí”.  “yo te lleve en mi auto a Foresthill el primer día cuando granizaba”.  Que coincidencia.  De los muchos asientos disponibles en los varios autobuses, me había yo sentado a la par de Jeff, ¡el hombre a quien junto con la mujer que lo acompañaba les había ofrecido yo un aventón a Foresthill!  Que coincidencia.  Por largo tiempo conversábamos sin reconocernos.  En el área de Auburn, la gente no llama a la competencia por su nombre, Western States.  Pues no se requiere.  Se refieren al evento simplemente como “la carrera”.   Jeff preguntó, “tu vas a participar en la carrera este año?”.  “Si”.  Su alto nivel de energía incrementó aun más y me bombardeó con preguntas, “¿Cuál es tu numero de participante?”, “¿Tu apellido?”, “¿Me puedes dar tu correo electrónico?”.   Al igual que otros habitantes de la zona, Jeff mostraba la gran sensación que causa Western aun en aquellos quienes no gustan del deporte de correr.

En un puesto del tercer día vi a Ann otra vez ofreciendo su ayuda a corredores al reabasteciendo de agua y de más.  Me saludo como si me hubiera reconocido.  Eso quise pensar o quizá si me recordó del día anterior.  Un kilómetro y medio antes de llegar a la pista de la escuela Placer donde se encontrará la meta, la vereda se termina y la ruta entra una zona residencial.  Los corredores abandonan la ruta de tierra para pisar en asfalto y correr enfrente de casas por unas pocas cuadras.  Allí donde se acaba la vereda el municipio de Auburn plantó un anuncio permanente, ``Bienvenidos corredores de Western States, Milla 99, Felicidades``.  Espectacular.  Ese detalle fue uno de muchos que muestra que todo se detiene cada junio en Auburn y todos ponen su atención al gran evento que simplemente le llaman ``La Carrera``.  Unos pasos después, al frente de un jardín de una casa y justo pegado a la cera esta un bebedero.  ¡Los habitantes de esa casa construyeron un bebedero publico para ofrecer agua como cortesía¡  Otro gran detalle.  Poco después, mientras corría al lado de Scott, un corredor de Hawaii que participará en la siguiente edición de Western, un venado nos persiguió por unos metros.  Después de entrar a la zona de pavimento, en un abrir y cerrar de ojos apareció la escuela Placer.   Ese día nos esperaban huevos, tocino, y papas que los voluntarios habían preparado. 


El la milla 99, la ciudad de Auburn erigió un anuncio de forma permanente para dar bienvenida a los corredores que anualmente estan a punto de llegar a la meta.

Sentado en una sombra compartida por unos corredores canadienses, vi hacia los voluntarios que ayudaban con la comida.  Resalto una hebilla brillante que portaba una señora mayor.  Claramente era la hebilla que reciben los que terminan Western States en menos de 24 horas.  La señora que la portaba seguramente había hecho esa gran hazaña en una década pasada.  Pensando en bromear con ella, me acerque y pregunte, “¿Dónde puedo comprar una hebilla de esas?”.  Yo sabia que la hebilla no se compra, se tiene que merecer.  La señora sonrió y respondió, “Me la dio mi hijo.  Yo soy la mamá de Craig, el director de La Carrera”.  Se presento con el nombre de Carol.  “Usted tan joven es la mamá de Craig?”.  Con obvias ganas de conversar como si nos hubiéramos conocido antes, agregó, “Tengo 72 años.  Mi vecina, una viejita de 85 años me dijo que para mantenerse joven uno tiene que  levantarse cada mañana con un propósito”.  “Yo tengo una hija mayor que Craig.  Ella tiene más de 50 años”.  Bastante agradable, Carol me permitió tomar una foto a su hebilla. 

Sentí algo de nostalgia.   No espere que me sintiera así en ese momento, pero entendía porque pasaba.  El fin de semana mágico estaba terminado.  Me despedí del par de corredores que había conocido y que están en la lista de La Carrera de este año.  Conocí a varios corredores de otros estados en Estados Unidos y de otros países.  Recuerdo a Scott de Hawaii, Harry de Nueva Jersey, y Roger de Nueva Zelanda aparte de los corredores de quienes olvidé el nombre, el tejano, el canadiense, y el irlandés que radica en Chicago.     “Adiós, nos vemos junio 27.  Suerte”. 

Al regresar a mi auto, como hablándome estaba el Audi que portaba la placa “RUN4AMA”.  Claro que esa vez si le tome foto. 




Pista de escuela Placer High en Auburn, California.  Lugar en donde se construye la meta de Western States el tercer fin de semana de junio de cada año.
Durante mi largo recorrido de regreso a casa platiqué con Noe.  Hablamos por mucho tiempo hasta que se cortó la comunicación cuando entré a un área montañosa de la autopista.  Reitero que estoy muy agradecido con el por el apoyo que ha ofrecido durante la carrera.  Al conocer personas tan buenas confirmo que tan poco cuenta lo material.

Al igual que agradezco a Noe, agradezco a Marty, el corredor que durante la mañana después de Javelina insistió que me apuntara para el sorteo de Western.  Durante los últimos meses él ha estado al tanto.  A menudo pregunta como va mi entrenamiento.  Él no pudo asistir a las sesiones de reconocimiento de ruta pero con la gran clase que ha mostrado, ese fin de semana me dijo como encontrar a muchos de sus amigos que si asistieron. 

Semanas después de haber regresado a casa del reconocimiento del recorrido de Western recordé el pedido de Ann Trason de que yo le enviase un correo.  Le envié una copia de la foto en la que aparezco con ella y otras dos que me tomé con Arnulfo.  En mi correo le agradecía por habernos inspirado a muchos corredores con su trayecto extenso y exitoso.  Ella respondió rápidamente, creo que en solo un par de minutos.  “Que bellas fotos.  Gracias por compartirlas.  En un par de semanas alguien aquí en California tendrá un evento para recaudar fondos para los Tarahumaras. Deberías de venir”.  Poco a poco se desarrollo un intercambio de varios correos más esa mañana.  No nos habíamos convertido en grandes amigos ni mucho menos, pero el hecho de haber intercambiado correos con Ann -una gran leyenda- había alegrado mi día.  Una vez más sucedió: “solo en este deporte”.

Muchos amigos han estado al pendiente de mi camino hacia Western.  Sé que captan la grandeza de la experiencia a la que me ha tocado asistir y espero que sepan que cada logro y sueño de ellos lo pediré prestado como propio.  Pues quiero saborear sus alegrías que ellos seguramente tendrán en su trayecto como deportistas amateurs como lo soy yo tanto como en otros aspectos de la vida que nada tenga que ver con correr.  Incluidos están Rubén y Rosendo de Guanajuato, Abraham de Coahuila, Gerardo, Tania y Víctor de Sinaloa, Arnulfo de Chihuahua, Mirna, Julio, Guillermo, Germán, Arturo, e Ignacio del D.F., Poncho de Guerrero, y Noe de Zacatecas. 

Estoy por siempre agradecido con Charlotte por el apoyo incondicional y permanente en cuanto a las tonterías que se me han ocurrido hacer.  Con su cualidad única de comprender que de yo no haber intentado los retos que me he propuesto, no habría quedado satisfecho.  Igualmente estoy eternamente agradecido con mis familiares: Flor, Normita, Mague y el tío Juan que me han acompañado de cerca y de lejos en cada aventura.

No he ganado un centavo a causa de correr ultra distancias en montaña.  Tampoco es lo que busco.  En los momentos más duros yo mismo me pregunto “¿para que es esto?”.  La respuesta nunca ha variado.  Los beneficios son numerosos y permanentes.  He conocido a personas muy especiales que comparten mi gusto.  Me he convertido en una persona más saludable, energética, optimista, y sin duda soy más capaz de sobrellevar los retos de la vida.

He encontrado un gran número de paralelos entre la actividad de correr distancias largas y la vida en sí.


En los retos físicos, al igual que en la vida:

- Ayudarse uno al otro es esencial
- Se tiene que batallar hasta encontrar manera de hallar una solución a lo que parece una tarea imposible
- Se debe de tener siempre una idea clara de la meta
- Es importante encontrar lo positivo en lo que aparenta ser solo remar en contra
- Paso por paso se llega muy lejos
- Sin sacrificio no hay gloria
- Con balance entre cuerpo, mente, y espíritu la carga es menor

La competencia de Western States se aproxima.  Si bien la competencia no se compara con los juegos olímpicos y no llegare allí como el más veloz de los corredores mexicanos, si llego como el único representante de mi país y con eso en mente daré lo mejor de mí, a pesar de que a 13 días del evento me aqueja un dolor en el tendón izquierdo de la corva.  No voy por los primeros lugares, pues a diferencia de los corredores elites, yo empecé a correr muy tarde en mi vida y no entreno de 160 a 250 kilómetros semanales como lo hacen ellos.  No tengo el deseo de dedicar 30 horas por semana entrenando al igual que creo que nunca me gustaría competir en una de las muchas competencias de 200 millas que en los últimamente han brotado. 

Sin importar que suceda durante o después de Western, los momentos magicos que he vivido y las personas tan especiales que he conocido ya dejan un saldo positivo por siempre.

Robando la frase a Abraham de Coahuila (¡saludos, primo!) digo lo siguiente: “Que tengan miedo los que no entrenaron”.  Por voluntad propia he entrenado cuesta arriba, cuesta abajo, a velocidad en pista, en recorrido largo, con calor, con frío, con oscuridad, y con doble cruce en el Gran Cañón.  Después de haber recorrido más de 200 kilómetros en tres días de ruta Western States siento que hice lo posible para llegar bien.  Me he propuesto llegar a la meta acompañado con Poncho, un “pacer” de lujo, volteando hacia arriba evitando llorar al ver la imagen de mi mamá sonriendo como últimamente se empeña en hacer con frecuencia.

El niño ordinario de Ciudad Juárez que en su destino se ha topado inevitablemente con distancias largas a pie y con veredas polvientas reiteradamente en diferentes etapas de toda una vida llega a Western States agradecido de todas las personas especiales que en menos de año y medio ha conocido.  Como película seguramente repasare las imágenes de los momentos durante los cuales todos ustedes han decidido compartir conmigo. 

Soñé de niño con las historias en la tele sobre personas que recorrían largas distancias y deseaba un día hacer lo mismo.  Ahora me encuentro viviendo un sueño insignificante para muchos pero el máximo para mí.  En abril del 2014 terminé una competencia por primera vez y solo 16 meses después estaré participando en el ultra maratón más legendario del planeta. No creo en un destino predeterminado.  He decidido yo mismo correr hacia lo que para mí es mágico.  ¿A ti que te inquieta? ¿Cuál es tu sueño? ¿En que piensas con mayor frecuencia cuando tienes tiempo libre?  Ve y búscalo.  Allí esta.




 
Con Arnulfo Quimare Gutierrez un dia antes de Javelina 100.


 
Con mi hijo Myles alias Ramoncito Chingoncito, mi compañero de mil aventuras.  Un incansable en cuanto a subir montañas, pedalear bicicletas por el desierto, y todo lo que tenga que ver con el aire libre.
 
Con Myles en un mirador de Creel, Chihuahua.  Julio 2014.


Mujer Raramuri con hojas de palma para confeccionar canastas.

Carrera nocturna (verano 2014)

Otra de varias carreras nocturnas del verano 2014


...y otra nocturna

(verano 2014)

(verano 2014)


(verano 2014)

Arnulfo en Javelina 2014

Ramón Chingón con Julio (centro) y Rosendo (derecha).  Febrero 2015.

Hay sospecha cuando un Raramuri timido sonrie y un mestizo aparece serio en una foto.

Rosendo (izq) con Juan.  Reconocimiento de ruta de Crown King 50k, marzo 2015.

Con Arnulfo en mi casa.
Arnulfo fabrica sandalias con pneumaticos de auto en casa de Ramón Chingón
Posando para foto con mi compadre Arnulfo Quimare.  2015.
 

Con Arnulfo Quimare en montaña Camelback, Phoenix, Arizona.  2015.
 

Al lado de Arnulfo Quimare con camisa prestada.